Las brujas y sus aquelarres en la historia del arte (IMÁGENES)
AlterCultura
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 11/03/2015
Por: Juan Pablo Carrillo Hernández - 11/03/2015
Double, double toil and trouble;
Fire burn and caldron bubble.
Fragmento del hechizo lanzado por las tres brujas en Macbeth
Todas las sociedades humanas han reservado un espacio para aquellos (y sobre todo aquellas) capaces de curar a través de la herbolaria, comunicarse con los espíritus, dioses y demonios, y modificar la voluntad de sus enemigos: las brujas y brujos, así como los chamanes, simbolizan un pasado vigente para la imaginación a través del arte.
En la cultura occidental se han representado también los aquelarres, misas negras o sabbaths de brujas a lo largo de 500 años de vida cultural: ese momento en que, según el imaginario popular, se reúnen las brujas a realizar sus encantamientos y sus operaciones incomprensibles. Goya en especial fue uno de los artistas más fascinados por estos cónclaves de magia y misterio, como podremos ver a continuación.
Luis Ricardo Falero, Brujas yendo al Sabbath (1878)
Francisco de Goya, Vuelo de brujas (1798)
Henry Fuseli, Macbeth and the Witches (1825)
Henry Fuseli, The Weird Sisters o The Three Witches (1783)
James Henry Nixon, Three Witches, MacBeth (1831)
John William Waterhouse, Jason and Medea (1907)
John William Waterhouse, The Magic Circle (1886)
John Runciman, The Three Witches (ca.1768)
John British Dixon (a partir de John Hamilton Mortimer), An Incantation (1773)
En otro sentido, también es necesario pensar en la realidad que se estaba simbolizando en la figura de la bruja. ¿Temor frente a mujeres independientes? ¿Deseo de contener la curiosidad propia de una mujer? ¿Fue la cacería de brujas un intento de ciertos sectores de la sociedad por monopolizar el conocimiento? Esa es una de las hipótesis que Silvia Federici defiende en Calibán y la bruja; al respecto, la historiadora dice:
Quienes tuvieron el coraje de trabajar fuera del hogar, en un espacio público y para el mercado, fueron representadas como arpías sexualmente agresivas o incluso como «putas» y «brujas».
Esa fue también la opinión de Virginia Woolf, quien con profunda agudeza intuyó la realidad subjetiva y social de las mujeres que pasaron a la historia como "brujas"; dice Woolf, en su ensayo "Una habitación propia":
[...] cuando leemos algo sobre una bruja zambullida en agua, una mujer poseída de los demonios, una sabia mujer que vendía hierbas o incluso un hombre muy notable que tenía una madre, nos hallamos, creo, sobre la pista de una novelista malograda, una poetisa reprimida, alguna Jane Austen muda y desconocida, alguna Emily Brontë que se machacó los sesos en los páramos o anduvo haciendo muecas por las carreteras, enloquecida por la tortura en que su don la hacía vivir. Me aventuraría a decir que Anónimo, que escribió tantos poemas sin firmarlos, era a menudo una mujer. Según sugiere, creo, Edward Fitzgerald, fue una mujer quien compuso las baladas y las canciones folklóricas, canturreándolas a sus niños, entreteniéndose mientras hilaba o durante las largas noches de invierno.
Quizás esto sea cierto, quizá sea falso —¿quién lo sabe?—, pero lo que sí me pareció a mí, repasando la historia de la hermana de Shakespeare tal como me la había imaginado, definitivamente cierto, es que cualquier mujer nacida en el siglo XVI con un gran talento se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas.
William Blake, The Witch of Endor Raising The Spirit of Samuel (1783)
Francisco Goya, La cocina de las brujas (ca. 1798)
Albert Joseph Pénot, Départ pour le Sabbat (1910)
Angelo Caroselli, Scena di stregoneria (ca. 1620-1630)
Francisco de Goya, El Aquelarre (1798)
Henry Fuseli, The Witch and The Mandrake (ca.1812)
Remedios Varo, La llamada (1961)
Leonora Carrington, Portrait of the Late Mrs Partridge (2011)
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