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La arquitectura celeste que tradicionalmente imaginamos es una de piedras preciosas y música ubicua. Esta idea nace de una concepción matemática del universo, del micro y el macrocosmos. Un nuevo proyecto busca reflejar esta armonía secreta de las esferas en la música del hombre

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El sol entona su antigua canción

Junto con el son de sus hermanas esferas

Su curso preescrito corre en tracción

Estruendosa por las diferentes eras.

Arcángel Rafael, Goethe, Fausto

 

Continuamos ahora el ascenso de la Cadena del Ser y escuchamos lo que nos informan quienes escucharon una música que no es de este mundo.

Joscelyn Godwin

 

El cielo en su más pura abstracción está hecho de música. Los ángeles son un coro y las estrellas son la partitura viva de la música que genera el cuerpo de la divinidad: su estar mismo es musical. Imaginamos el cielo como un precioso reino de zafiro, esmeralda, rubí, panataura, viandas infinitas, jardines profusos, frutas y flores inmarcesibles, ríos cristalinos, deliciosos seres espirituales que manifiestan la gracia divina y rinden tributo a la luz. Pero siempre es necesario que exista algo de música. De otra manera nos parecería que hay algo incompleto en esta procesión, que no se logra el éxtasis perfecto, la conmoción absoluta, la belleza de las formas visibles necesita un contrapunto inmaterial, un alma, una expresión espiritual de  la sutileza que de otra forma es imperceptible. La música, se nos antoja, es un arte celeste; los dioses en casi todas las tradiciones son los que la enseñan a los hombres y los primeros hombres que la aprenden son como los dioses. Sin embargo, no es algo que se invente, es algo que existe en el núcleo matemático de la materia y quien descubre esa música siempre existente, descubre también, en el corazón transparente de las cosas, el cielo.

Evidentemente la mayoría de nosotros --al menos los que no alcanzamos a escuchar los vientos órficos y ver el cielo inherente-- no sabemos realmente cómo es el cielo o si éste es la expresión tonal de una idea divina. Nuestro método común para saber como es el cielo es la ciencia y sus telescopios, y acaso también las matemáticas, que son una forma de ver con un ojo invisible: la inteligencia. Pese a esta gran tecnología para escrutar la profundidad del cosmos, difícilmente encontramos ese cielo imaginal llenó de arrobadora música espiritual. Lo más que hacemos es traducir las órbitas en sonidos, bajo proporciones matemáticas, pero los resultado son poco satisfactorios si se tiene en mente la idea de la música de las esferas, la música del cielo y los ángeles y esos paraísos árabes que hacen de la luz voluptuosidad. Tal vez esta música descrita por los místicos sólo sea alegórica o sea algo que no se puede escuchar con una percepción ordinaria, sino que es el fruto de un entendimiento y de un trabajo ascético: una música que existe en la geometría del alma. Para Pitágoras, antes de escuchar la música del cielo había que hacer silencio (5 años en su escuela); Emerson escribió que si logramos hacer silencio entonces escucharemos el murmullo de los dioses. Tal vez para escuchar esa armonía ensoñada, antes hay que armonizarnos nosotros mismos para reflejar la sinfonía cósmica, el cielo podría ser un estado interno, como dice Rilke: "¿qué es la interioridad, sino cielo intensificado?".

De cualquier forma vive en nosotros míticamente la noción de la música de las esferas y del cielo como un espacio iluminado de música. Y los hombres, desde Pitágoras, y quizás también desde los sabios de los Vedas que concibieron el universo como una gran vibración en el espacio, queremos hacer eco, adorar el sonido prístino. Existen innumerables versiones --que son apenas esperanzas-- de esta música de las esferas, acercamientos a frecuencias perfectas, tonos que azoguen de alguna manera las revoluciones de las estrellas. Bajo esta prerrogativa se creó "Just Ancient Loops" ("Antiguos bucles exactos") ("una música de la misma que edad que el universo"), una ambiciosa pieza que en todo quiere mimetizar el cielo: ejecutada con un cello, bajo una recreación de los intervalos de la música de las esferas pitagórica y que visualmente reproduce las órbitas de las lunas de Júpiter.

La obra musical fue compuesta por Michael Harrison, inspirada por exploraciones pitagóricas de entonación: "una espiral o quintas perfectas que no regresan al mismo tono desde el que iniciaron", en una relación 3 a 2 en sonido (lo que sigue una proporción pitagórica).

Lo que es bello de esto es que existe un infinito de relaciones de números enteros, así que hay un número infinito de intervalos musicales. Esto es extremadamente placentero para el oído ya que el sistema nervioso registra estas proporciones de números enteros teniendo una forma simétrica. Esto es lo que Platón y Aristóteles decían sobre representar la belleza --no sólo en relaciones de números enteros, sino con simetría y belleza. Así que "Just Ancient Loops", que explora los aspectos más armoniosos de la entonación exacta y que usa quintas y terceras puras, y múltiples de ellas, sonará justo en tono para la mayoría de la audiencia.

La interpretación corre a cargo de la célebre chelista Maya Beiser. Las imágenes son de Bill Morrisson, quien acompaña la música con vistas de lunas y eclipses. Una de las piezas visuales se sincroniza con la música mostrando el ascenso de Jesús en una película de 1904, pasada por un proceso químico que hace una "conflagración de nitrato", creando una hueste de ángeles abstractos, manchas místicas.

Así que podemos experimentar con esta pieza para ver si existe una transmisión de orden y belleza y nuestro cerebro refleja, en la sutil invasión de los tonos perfectos, esa armonía que se encuentra en el cosmos. 

 

La música se postula como una escala para ascender al cielo, para retomar la amplitud celeste de la mente. Una escalera compuesta por los tonos de los planetas que nos lleva hacia una esfera allende, donde están las estrellas --que son los mismos ángeles-- entonando eternamente la gloria de la creación. La música debe de ser anagogía, tarab, ta'will (el encantamiento que regresa al ser a su magnificiencia original). Esta es, claro, sólo una sospecha, una intuición, fe en lo que nos cuentan aquellos "que escucharon una música que no es de este mundo". Por ejemplo, el rosacruz Max Heindel, quien escribe que en el cielo más alto seres espirituales crean sus cuerpos futuros con música, entonando las notas kármicas del alma. Van cincelando vehículos para habitar el mundo, naves de diamante con la voz y el cielo mismo es el instrumento de la música, un cuerpo etéreo cuyo sonido no resuena en el espacio sino que es el espacio mismo. 

Así en el mundo celeste: el color y el sonido están ambos presentes, pero el tono origina el color. Así, se dice que este es particularmente el mundo del tono, y es este tono el que construye todas las formas del mundo físico. El músico puede escuchar diferentes tonos en las diferentes partes de la naturaleza, como el viento en el bosque, el romper de las olas en la playa o el rugido del océano. Estos tonos combinados hacen un todo que es la nota clave de la Tierra: su "tono". De la misma manera que formas geométricas se crean al acercar el arco de un violín a un cristal con arena, así las formas que vemos alrededor de nosotros son las figuras de sonido cristalizadas por las fuerzas arquetípicas que resuenan con los arquetipos del mundo celestial.

Tal vez esto sólo sea delirio místico-religioso, pero es poéticamente justo, esa nota justa que nos hace sentir bien. Y preferimos creer en la realidad poética, en la realidad musical del mundo.

 

 Twitter del autor: @alepholo