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Este es el único aspecto de los psicodélicos que los hace potencialmente adictivos

Psiconáutica

Por: Jimena O. - 07/01/2015

Aunque por sí mismos los psicodélicos difícilmente generan adicción, una combinación de sus cualidades y la reacción que nuestro cerebro tiene al consumirlos podría generar cierto nivel de dependencia

dcsi_01_img0117Uno de los descubrimientos más sorprendentes de la experimentación con psicodélicos fue el hecho de que difícilmente generan adicción, al menos no en el sentido en que el cuerpo humano puede depender cotidianamente de sustancias como el alcohol, la cafeína, la nicotina o el azúcar. Quien haya consumido LSD o ayahuasca sabe que no se trata de algo que podría hacer 2 días consecutivos, e incluso ni siquiera es algo que querría. Por su composición química, los psicoactivos reaccionan en nuestro cerebro de una manera que exige ese período más o menos prolongado entre una experiencia y otra.

Con todo, si la adicción se piensa de otra manera, entonces los psicodélicos podrían considerarse potencialmente adictivos. Pensemos, por un momento, en que nuestro cerebro tiene una propensión natural hacia los estímulos nuevos, desconocidos: cuando tenemos nuestra primera experiencia sexual, cuando aprendemos un nuevo idioma, cuando podemos hacer algo que antes se nos dificultaba, el cerebro nos recompensa con una buena dosis de dopamina, sobre todo si por nuestra propia historia otorgamos un valor positivo a esa experiencia.

En el caso de las sustancias psicoactivas (que, por naturaleza propia, son prácticamente estímulo puro), la experiencia que pueden desatar difícilmente se compara con alguna otra que pueda obtenerse en la vida. Ese es su atractivo y también, por otro lado, la cualidad por la que alguien puede engancharse fácilmente a ellos. No a la sustancia, sino al estímulo que suscitaron, a la posibilidad de experimentar la realidad de otra manera.

Esa, en términos generales, es la hipótesis que propone Derek Beres en un artículo publicado recientemente en el sitio Big Think. Escribe Beres:

La novedad es lo que me condujo a la experimentación. Lo que experimentas con los psicodélicos es tan diferente a la realidad cotidiana que se vuelve un refugio que te acoge frente a tu mundo real. Tienes visiones. Obtienes ideas. Te sientes parte de un mundo como nunca antes lo habías sentido. En tu soledad, dejas de sentirte solitario. El centro de ego de tu cerebro se apaga. Te sientes parte de todo. Todo parece adecuado —un lugar mucho mejor que lo mundano, donde todo parece tan mal.

Solo que no es difícil advertir que esto es un espejismo. Uno que Beres compara con un elemento del discurso religioso presente en casi todas las confesiones: “siempre hay otro nivel, siempre hay algo o alguien esperando por ti, es necesario sacrificarse más”. Como las religiones, los psicodélicos refuerzan la idea de que el mundo puede ser mejor, pero siempre estamos un paso atrás de dicho estado, y esa es la trampa:

La espiritualidad no está definida por lo que crees, sino por cómo te comportas contigo mismo y con los demás. Esto es difícil de entender si no te das tiempo a ti mismo para ser quien eres. Llenas tu mundo con más: más religión, más oraciones, más comida, más drogas, más cosas.

El estímulo. La novedad. La experiencia. La falsa idea de que entre la realidad y lo mejor no hay más que un kick off de distancia. En suma, la cualidad de los psicodélicos de sustraernos de nuestra normalidad —lo cual, al menos en un primer momento, puede parecer atractivo.