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A 50 años de una de las grandes novelas de ciencia ficción, es acertado recordar la épica visión de Frank Herbert

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Este 2015 se cumplen 50 años de la publicación de la épica galáctica Dune, escrita por Frank Herbert, y que para algunos es el gran antecedente de Star Wars. En un excelente ensayo retrospectivo Hari Kunzru se pregunta si Dune no es la mejor novela de ciencia ficción de la historia. Habría que pensar también en alguna novela de Philip K. Dick, en algo de Arthur C. Clarke, de H. G. Wells, de Ray Bradbury, Asimov tal vez, etc., todos estos escritores mucho más reconocidos, y sin embargo, la novela de Herbert merece su compañía.

Kunzru nos cuenta cómo la idea de Dune parece haberse gestado en 1959 cuando Herbert investigaba un artículo sobre geoingeniería para una revista en Oregon. Al parecer el Departamento de Agricultura de Estados Unidos estaba considerando introducir pasto de playa europea en las dunas de Oregon; esto, en ese tiempo, le pareció fascinante a Herbert.

Frank Herbert, un escritor desempleado, mantenido por su esposa, vagamente utopista, con ideas en contra del gobierno, consiguió publicar Dune en 1965 a los 40 años de edad, una obra que en algunas ediciones llaga a las 900 páginas y que fue rechazada más de 20 veces antes de que saliera a la luz.

Dune narra la historia de la Casa de Atreides que ha migrado de su planeta originario Caladan hasta el planeta desierto Arrakis, conocido como Dune. Este planeta inhóspito era dominado antes por los Harkonnens, un antagónico pueblo nómada interesado en detentar el poder de este planeta estratégico. Ahí se encuentra una gran reserva de la droga psicodélica "melange" o "spice", la cual aumenta la capacidad perceptual y de la cual dependen los pilotos de naves interestelares del imperio. Por si esto fuera poco, para encontrar el "spice" es necesario minar las dunas del planeta custodiadas por unas entidades lovecraftianas que semejan gusanos gigantes que se mueven por la arena como las ballenas por el mar. Herbert lleva la fiebre por las drogas psicodélicas de los 60 literalmente a escalas cósmicas.

El héroe de esta odisea espacial es Paul Atreides, quien parece ser el elegido para cumplir una antigua profecía mesiánica. Su madre, Jessica, es una sacerdotisa en una especie de culto mistérico que involucra la programación genética. Atreides vive un proceso de despertar, ligado al "spice" que parece desarrollar sus capacidades extrasensoriales, los oráculos y la asimilación de su destino. Paul parece también estar destinado a convertirse en el liberador profetizado por los "fremen" (¿los hombres verdaderamente libres?), la cultura indígena del planeta Dune, esto es "el mehdi", una figura relacionada con el Imam Oculto o el 12vo Imam en la escatología islámica, el encargado de abrir las puertas del paraíso.

Kunzru identifica las influencias de Herbert. Detecta que las óperas espaciales de Elmer Edward Smith, en las que estados alterados de conciencia y poderes psíquicos eran utilizados en batallas intergalácticas, son un importante antecedente. También el pensamiento zen californiano de Alan Watts, sus lecturas de Jung y su toma de peyote, el enteógeno del desierto, una resonancia natural con el "spice" (Paul Stamets, sugiere que en realidad la influencia psicodélica principal son los hongos alucinógenos "que Herbert recogía cerca de su rancho"). La definición que hace Kunzru de Dune es digna de citar:

Dune es la fantasía paradigmática de la Era de Acuario. Sus temas --el estrés ambiental, el potencial humano, los estados alterados de conciencia y la revolución de países en desarrollo en contra del imperialismo --están mezclados en una visión de transformación cósmica y personal que marcó una era.

Tal vez la película de Dune de David Lynch empaña un poco la memoria de esta historia. También, a la sombra de lo que no fue, la fantasía gargantuesca que imaginaba Jodorowsky con Moebius, H. R. Giger, Orson Welles, Dalí y Pink Floyd. De cualquier manera es bueno recordar Dune, y la mejor forma de hacerlo es leyéndola releyéndola para hacer parte de nosotros todo un continente imaginario: el infinito de la conciencia en sus dunas de arena.