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La teología podría estar más lejos de explicar la infinitud de Dios que las matemáticas, en donde al menos un par de nociones arrojan luz sobre este difícil concepto

matLeibniz era matemático y era teólogo, desarrolló el cálculo infinitesimal pero también dedicó una buena parte de su vida y su obra intelectual a demostrar racionalmente la existencia de Dios. Si tomamos en cuenta las circunstancias de su época, veríamos que esto no era del todo extraño: científicos y pensadores que también eran creyentes.

Sin embargo, si por un momento nos desentendemos del contexto histórico, el ejemplo de Leibniz nos ayuda a recordar que las matemáticas y Dios tienen una relación añeja, tanto que incluso llega a nuestros días.

Hace poco, Stephen Webb publicó en el sitio First Things una digresión interesante a propósito del concepto de infinito, el cual ha tenido implicaciones tanto en la teología como en las matemáticas. De Dios y de los números se ha dicho lo mismo, que no terminan nunca. ¿Pero qué significa esto realmente? Según Webb, una de las mejores formas de entender el concepto de infinitud de Dios es por medio de una idea matemática, el número de Graham, que entre sus cualidades cuenta con la de ser el mayor número jamás usado en una demostración matemática. Es tan grande, aseguran los matemáticos, que es imposible, dadas las limitaciones de espacio y materia de nuestro universo, denotar el número de Graham o una aproximación razonable del mismo en un sistema de numeración convencional.

Por esta misma característica, el número de Graham sólo puede describirse por sus funciones, conocerse por alguno de sus fragmentos (su desarrollador aseguró que 262464195387 eran sus últimas 12 cifras) y, por esto mismo, sería siempre irracional, pues no habría forma útil de emplearlo, según Webb.

Las similitudes con la idea de Dios, de acuerdo con el imaginario de las llamadas “religiones del libro”, saltan a la vista. En la tradición teológica del judaísmo, el cristianismo y el islam Dios excede el universo mismo, una idea difícil de aprehender pero de alguna manera posible dentro de la racionalidad humana.

Por otro lado, Webb también recupera un planteamiento de San Anselmo, quien aseguraba que conforme la razón se acercara más al conocimiento de la naturaleza de Dios, este se alejaría, pues mientras que la comprensión humana es finita, la naturaleza de Dios es infinita. El símil matemático de esta idea teológica se encuentra en Georg Cantor, quien demostró que el infinito no es uno solo sino que existen muchos, y por lo mismo aunque entandamos una de sus formas, hay otras, infinitas quizá, que escapan a nuestra compresión.

“Las matemáticas son el lenguaje en el que Dios escribió el universo”, dijo alguna vez Galileo, y a veces es como si las matemáticas mismas se encargaran de demostrarlo.

 

Imagen: Matt Dorfman