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No puedes fingir una selfie cuando recibes, como un disparo, una descarga de electricidad que te recorre y te deja a merced del gesto involuntario (para el placer voyeurista del espectador)

 

El entretenimiento contemporáneo no es ajeno a las órbitas del sadismo y el masoquismo en virtualmente cualquier esfera de lo público y lo privado: el fotógrafo Patrick Hall exprime estos polos en el experimento titulado The Taser Photoshoot, que hace exactamente eso, fotografiar a personas recibiendo la descarga eléctrica de un taser de 300 mil voltios, pero con un extraño giro.

A diferencia de los famosos experimentos psicosociológicos que tratan de captar las dinámicas subyacentes de poder y dominación sobre el cuerpo del otro (aunque tal vez no muy lejos de ellos), Hall ha querido retratar emociones "puras" en sus modelos.

Toma como punto de partida que el retrato fotográfico trabaja con gestos fingidos, aprendidos, interiorizados: nuestras sonrisas, solemnidades, gestos formales o informales en fotos grupales o selfies reflejan cómo queremos ser vistos; a diferencia de este "filtro", Hall intenta retratar el gesto como resultado --en este caso-- de un impulso externo que, aunque artificial y sádico, obtiene la imagen de un gesto no filtrado, crudo, puro.