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"Trabajo mejor bajo presión": una de las peores mentiras que te cuentas sobre tus hábitos laborales

Por: Luis Alberto Hara - 05/12/2014

Aunque la experiencia y los resultados parezcan darte la razón, en última instancia solo te estás dañando al aplazar tu trabajo hasta el último minuto por la creencia de que así trabajas mejor.

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La escena es más o menos común. Un día tu maestra o maestro, tu jefe en el trabajo, quizá un amigo, te pide hacer algo que requiere tiempo, días o semanas: escribir un ensayo, proponer un proyecto, programar un sitio. El plazo es razonable. Podrías comenzar ese mismo día, o el siguiente, o el sigueinte después del siguiente, o el siguiente después del siguiente después del siguiente, o… la madrugada del día en que termina el plazo, apenas unas horas antes de la fecha de entrega fijada con tanta antelación. Y ahí estás, bebiendo café y taurina para vencer el sueño y mantenerte alerta, forzando la marcha de tu cerebro, acaso sorprendiéndote por la fluidez que demuestras y el modesto grado de genialidad en las ideas que tienes. En una pausa piensas: “Sí, trabajo mejor bajo presión”.

¿Qué tan cierto es esto? Los resultados parecen incontrovertibles. La experiencia parece confirmarlo. Pero más de un estudio lo refuta. Y más aún: lo desaconseja. Cuando incurres en tan nociva práctica, en última instancia solo te estás dañando, en varios niveles.

De entrada, estás fomentando tu procrastinación, ese hábito malsano de aplazar lo inevitable hasta el último momento, casi siempre a causa de la enorme angustia que provoca enfrentarse con uno mismo: con las capacidades propias pero también con las limitaciones, con aquello que se puede hacer y aquello para lo que simplemente estamos negados. El miedo a reconocer el tamaño de nuestra mediocridad.

Pero si esto, en términos psíquicos, ya es preocupante, a nivel fisiológico las consecuencias también son poco favorables para nuestra salud. Trabajar bajo presión implica tener al cerebro en estrés constante, inundándolo por esto mismo de hormonas y neurotransmisores que, como la adrenalina o la noriepinefrina, solo entorpecen su funcionamiento (además, claro, de las consecuencias sobre el corazón, el sistema digestivo o los nervios). De acuerdo con este estudio, el estrés provoca que nuestro cerebro incurra en omisiones que en otro estado no cometería o, por otro lado, opere pero equivocadamente o con un desempeño pobre.

Sin embargo, desmontar este hábito no es fácil, pues se encuentra profundamente arraigado en nuestro comportamiento, específicamente, en el centro de recompensa de nuestro cerebro, el cual privilegia las satisfacciones inmediatas y, en consecuencia, resta valor a las satisfacciones que tardarán más en llegar. Un fenómeno conocido como “descuento hiperbólico”.

Uno de los efectos más curiosos de esta característica estructural es que cuando nos imaginamos en el futuro, nos pensamos a nosotros mismos como unos desconocidos totales. Los estudios del psicólogo Hal Hershfield, de la Universidad de Nueva York, sugieren que si dejamos el trabajo para el último momento, también es porque antes, cuando tuvimos tiempo de planear su ejecución, consideramos que sería otro quien lo realizaría (lo cual, filosóficamente, es acertado, pero en la práctica puede resultar desastroso).

Pero por si esto no fuera suficientemente sorprendente, el sistema acusa una perfección admirable cuando alcanza el punto “Trabajo mejor bajo presión”. ¿Qué hay en esta frase? Una impresionante capacidad de racionalización, consciente o inconscientemente ignorar todos los efectos negativos que hemos enumerado, las consecuencias experimentadas en carne propia y, a pesar de todo, estar convencido de que trabajas mejor bajo presión.

Y, de nuevo, hacemos la pregunta: ¿Qué tan cierto es esto? Tim Pychyl, psicólogo en la Universidad Carleton y autor del libro Solving the Procrastination Puzzle, asegura a partir de sus experiencias con voluntarios en investigaciones sobre el asunto, que si bien hay quienes gustan de repetir esa frase cuando el trabajo está terminado, resulta interesante acercarse a esas mismas personas en esos momentos en que parece que el tiempo se vuelca como un derrumbe inevitable:

Pero cuando llamamos a la gente en los últimos minutos del esfuerzo, no nos encontramos con personas que dicen “Así escomo me gusta trabajar”; dicen, en cambio: “Me hubiera gustado empezar antes”.