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Los médicos tomaron cientos de años para tomar en serio algo que los veterinarios llevan tiempo sabiendo: las emociones extremas pueden matarnos.

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En 1986 hubo un caso en Massachusetts en que una mujer de 44 años fue admitida al hospital con unos terribles dolores en el pecho y el brazo izquierdo. Un signo clásico del ataque al corazón. Sin embargo, lo extraño fue que no estaba sufriendo cardiopatía isquémica. No había ningún coágulo en las arterias que rodean el corazón.

En la publicación del caso en el New England Journal of Medicine, los doctores Thomas Ryan y John Fallon sugirieron que el daño aparente al músculo del corazón era emocional en lugar de fisiológico. Ese mismo día en la mañana, la mujer se había enterado de que su hijo de 17 años se había suicidado.

Se preguntaban si la mujer estaba sufriendo de un –metafórico o “fantasma”− corazón roto. Y la respuesta, sorprendentemente, fue afirmativa. Este tipo de síntomas cardiacos ya se había estudiado profundamente, pero en animales.

Los doctores han rechazado por muchos años la idea de que exista una relación entre la psicología y la fisiología. Pero por alguna razón, los biólogos y veterinarios siempre han estado más "abiertos" a entender este tipo de relaciones. En su libro Zoobiquity, Kathryn Bowers y Barbara Natterson-Horowits describen esta actitud:

Entre muchos médicos, la idea de que las emociones puedan causar eventos físicos reales dentro de la arquitectura del corazón era visto con casi el mismo reojo como un interés en cristales sanadores u homeopatía. Los cardiólogos verdaderos se concentraban en problemas reales que puedes ver: placa arterial, coágulos de sangre, y aortas rasgadas. La sensibilidad era para psiquiatras.

Así, mucho antes del caso de Massachusetts, biólogos y veterinarios ya habían notado que emociones extremas podían hacer una ruina de la fisiología del cuerpo. A mitades del siglo XX notaron que, cuando un animal experimenta un golpe repentino de miedo, la adrenalina llena el torrente sanguíneo a tal grado que se la sangre se vuelve como veneno, y daña los músculos del animal, incluyendo el corazón. Esto se llama “miopatía de captura”.

Es verdad que en los humanos también ya se conocían casos de este tipo, pero nadie los había tomado en serio, y por lo tanto no formaban parte de la literatura médica del siglo XX. Fue hasta el 2005 en que, debido a que había varios casos descritos, la medicina empezó a poner atención. Ese año se estableció el término “cardiomiopatía”, aunque muchos médicos aún le llaman “síndrome del corazón roto”.

De esta manera, mientras no es necesariamente la tristeza o el rechazo lo que pueda lastimarnos físicamente (aunque puede), ahora no cabe duda de que la mente y nuestras emociones tienen un efecto directo y cuantificable en nuestros cuerpos físicos. Y cuando las cosas resultan terribles, puede ser catastrófico.