*

Los frailes quieren enseñar a los indios las virtudes cristianas: pobreza, castidad, fe, esperanza, caridad. Esos conceptos no existen en el mundo prehispánico. No, al menos, como los españoles los entienden.

Llegaron los españoles a México-Tenochtitlán. Mataron y esclavizaron a miles de indios, evangelizaron por la fuerza a los sobrevivientes. Esa es casi la única imagen que tenemos del nacimiento de la Nueva España. Lo que desconocemos es: ¿cómo lograron los españoles la conversión de esos cientos de miles?, ¿cuáles fueron sus métodos?, ¿cómo penetraron en las conciencias de esos seres humanos con los que no compartían concepciones morales, religiosas, sociales, económicas?, ¿cómo hacerles comprender nociones como pecado, arrepentimiento, confesión, cielo o infierno, inexistentes en el mundo prehispánico?, ¿cómo arrancar la abominable costumbre de sacrificar y comer seres humanos? Éstas son algunas de las incógnitas con las que los españoles se toparon y que despejaremos brevemente en el presente artículo.

Empecemos por lo más elemental, pero que por su obviedad pocas veces nos detenemos a reflexionar. No hay un lenguaje común entre españoles e indios. Ni hablado, ni escrito, los indios desconocen la escritura. Los españoles intentan entender, como pueden, ese mundo que les es completamente ajeno. Así, los primeros franciscanos que llegan son doce, como los apóstoles de Jesús. No es una casualidad. Todo conlleva una simbología, un sentido. Esos religiosos desembarcan en Veracruz con una misión gigantesca a cuestas: salvar a millones de almas que viven sin conocer al verdadero Dios. Realizan el camino a pie desde Veracruz a pesar de que Cortés les envía caballos para evitarles la fatiga. Uno de esos primeros franciscanos, fray Toribio de Benavente,  descalzo y con el hábito raído es llamado por los indios: “¡Motolinía!, ¡Motolinía!” que quiere decir “el pobre”. Fray Toribio, de ahí en adelante y hasta su muerte se hará llamar “Motolinía”. 

Los frailes quieren enseñar a los indios las virtudes cristianas: pobreza, castidad, fe, esperanza, caridad. Esos conceptos no existen en el mundo prehispánico. No, al menos, como los españoles los entienden. En efecto, los religiosos saben que a falta de un lenguaje compartido, tienen que utilizar la mímica y los gestos; será a través de rituales y aspavientos ejemplificadores y contundentes que intentarán penetrar la conciencia de los indios. 

Así, se ensayan una serie de estratagemas. Como no se les enseña el castellano a los indios, para no “contaminarlos” de los vicios españoles, los sacerdotes deben aprender la distintas lenguas (náhuatl, maya, mixteco, tarasco, zapoteco, etc.). Los religiosos pasan horas observando a los niños jugar. Aprenden poco a poco las palabras. Se reúnen por las noches y a la luz de las velas comparten y discuten lo que aprendieron durante el día jugando con los chiquillos. Hacen diccionarios, confesionarios y sermonarios exhaustivos para catequizar a los indios. 

El Padre Nuestro es, en un inicio, enseñado fonéticamente y debe ser memorizado, no comprendido. Es decir, los frailes buscan palabras “similares” en náhuatl y castellano y enseñan a los indios a rezar, aunque sea un sinsentido, por ejemplo: Pater (padre) Noster (Nuestro) se enseña como Pantli Nochtli, pantli es bandera y nochtli es nopal. ¿Qué pensarían los indios mientras repetían metódicamente esas palabras que no significaban nada para ellos? No lo sabremos nunca. 

Esos niños con los que los frailes comparten juegos y que pronto aprenden los rudimentos del cristianismo serán los que después vigilarán que sus padres y abuelos abracen la fe católica. Aquellos que se rehúsen a la conversión serán hostigados y acusados por sus propios hijos, sobrinos o nietos, con el sacerdote, y serán azotados públicamente en el atrio de la iglesia. Mismo trato recibirán aquellos que se nieguen a acudir a la misa dominical. Utilizar a los niños como catequizadores y espías trastocó irremediablemente las estructuras familiares y sociales ya que en el mundo prehispánico los ancianos eran depositarios de sabiduría y respeto. 

Por otro lado, los religiosos saben que la música es pieza clave para apoyar la conversión de los indios, quienes son afectos a la ésta y a los bailes desde tiempo inmemorial. En efecto, las iglesias son, en un principio, pequeñas y de adobe, en cambio, los atrios son enormes y ahí se oficia la misa, se hacen procesiones con flores, música y bailes. Los frailes no se engañan, saben que los indios cantan y bailan, pero nunca tienen la certeza de en honor a quien lo hacen, queda siempre una sombra de duda. 

Hay otras técnicas tan terroríficas como efectivas: para mostrar a los indios las penas que les esperan a los pecadores que no se arrepienten y van al infierno, algunos religiosos encienden grandes hogueras en las cuales arrojan perros y gatos vivos

Los frailes idean recursos uno tras otro: Las piñatas deben ser de 7 picos. Porque son 7 los pecados capitales: ira, gula, lujuria, soberbia, pereza, envidia y avaricia. Hay que pegarle a la piñata, para “pegarle” a los pecados y acabar con ellos. 

Por otra parte, las pastorelas son una representación que permite a los indios identificarse con los pastorcillos, humildes y devotos y huir de las garras de demonios y diantres. A su vez, las obras de teatro son increíblemente vívidas. Para la representación de la caída de Jerusalén (tan sólo unos cuantos años después de consumada la Conquista), se llenó el zócalo de troncos, plantas, tierra y pájaros. Tantos eran los pájaros que trinaban que hubo quejas de que los diálogos eran imposibles de escuchar por el canto de las aves. ¿Qué entendían los indios de esas representaciones?, ¿cómo imaginaban Jerusalén? Tampoco tenemos la respuesta.

Pero ese impulso evangelizador sólo dura unas décadas.  Las epidemias arrasan con la vida de miles de indios, los pueblos quedan desiertos; la Corona española, temerosa del poder creciente de los frailes, comienza a arrebatarles atribuciones. Va muriendo de a poco ese entusiasmo inicial por la conversión de los indios, pero esa es otra historia.

 

Fuente

Fray Bernardino de Sahagún. Historia general de las cosas de Nueva España, México: Porrúa, 1956.

 

Twitter de la autora: @ursulacamba

 

De la misma autora en Pijama Surf: Encuentros sexuales entre marineros: el pecado nefando, innombrable, execrable, vergonzoso

 

Imagen de portada: La piñata, Diego Rivera (1953)