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El voraz mercado del arte ha terminado por comerse a la práctica graffitera.

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A pesar de que el graffiti es una de las expresiones artísticas más antiguas de la humanidad (recuérdense los que se encontraron las paredes de Pompeya, por ejemplo), el nacimiento de la cultura graffitera moderna podemos situarlo en la década de 1970, en Nueva York, a la par del hip-hop. Durante los '80 y '90, el graffiti significó para quienes lo hacían una forma de poner a prueba la ley, así como la condición de los gordos policías urbanos cuando éstos debían perseguir a aquéllos, por estar violando propiedad privada (especialmente paredes de edificios y trenes). Asimismo, los graffitis servían para mandar mensajes (medio) encriptados entre bandas de adolescentes.

Sin embargo, poco a poco esta práctica fue ganando adeptos, los dibujos se hicieron cada vez más refinados y originales y, sobre todo, sus primeros exponentes se fueron haciendo más viejos y con menos energías para estar huyendo de la policía. Sus relevos, jóvenes estudiantes de arte familiarizados con la cultura del graffiti, ya no están dispuestos a "trabajar" gratis y sin reconocimiento (mucho menos después del efecto comercial "Banksy"), por lo que ahora el nuevo graffiti es elaborado con vistas a ser distribuido por Internet y es firmado por el artista. 

¿Estamos ante una transformación de la cultura del graffiti que va de ser una expresión disidente a una más del mainstream?