*

¿Cuánta crueldad puede administrar un hombre bajo la premisa de que "sólo sigue órdenes"?

Por: Jimena O. - 11/14/2013

¿Realmente es tan difícil oponerse a realizar una orden cuyo cumplimento implica que otro ser humano sufra? Aquí una breve reflexión sobre una de las actitudes más escalofriantes que podemos presentar "inconscientemente".

Sí, vivimos rodeados de noticias espeluznantes que tienen que ver, invariablemente, con la crueldad que un ser humano ejerció sobre otro individuo en una situación en la que el agresor no hacía más que seguir órdenes. Por supuesto, esta actitud no es nueva, ni siquiera exclusiva del particularmente atroz siglo XX. ¿Qué es lo que nos mueve a causar dolor a una persona? Las respuestas a esta pregunta abundan, sin embargo, se conocen pocos experimentos que analicen el comportamiento humano en esta situación. 

Milgram_Experiment_advertising-e1384147799775Uno de esos experimentos fue realizado en 1961 por el psicólogo Stanley Milgram en la Universidad de Yale. Milgram quería probar hasta dónde podía llegar la obediencia de una persona, así que decidió reclutar personas de entre 20 y 50 años, sin ningún entrenamiento oficial ni educación particular (buscaba al "americano promedio"), para participar en una "prueba de memoria", durante una hora, por la jugosa cantidad de cuatro dólares. Lo que en realidad sucedía durante el experimento era que la persona participante llegaba y le era asignado, supuestamente al azar, el papel de "maestro", mientras que a otro que estaba ahí y que en realidad era un cómplice del experimento, se le asignaba el papel de "estudiante". Acto seguido, al estudiante se le mostraban pares de palabras que debía recordar y era enviado a un cuarto aparte, donde no podía ser visto por el maestro. La prueba comenzaba cuando éste último comenzaba a preguntarle palabras, con el propósito del que el estudiante respondiera aquéllas que debían completar los pares leídos previamente. Si se equivocaba, el maestro debía suministrarle una descarga de cierta cantidad de voltios, que iría aumentando según el número de errores que cometiera el estudiante.

El maestro podía escuchar los sufrimientos del estudiante (que en realidad no estaba siendo electrocutado), de forma que podía conocer el efecto de sus acciones sobre él. Como era de esperarse, los gritos de dolor del estudiante sí hacían flaquear a los participantes, que se movían incómodos en su asiento e incluso llegaban a pedir que parara la prueba o que alguien fuera a cerciorarse de que el estudiante estaba vivo. Lo que resulta sorprendente es que, no obstante su indignación ética, los participantes no dejaban de aplicar la prueba, pues eran conminados / obligados, con estas cuatro sencillas frases: "Por favor, continúe", "El experimento requiere que continúe", "Es completamente esencial que usted continúe" y "No tiene otra opción, debe seguir adelante".

Más de la mitad de los participantes (26 de 40) obedeció hasta el final, es decir, administró al supuesto paciente shocks que iban desde los más ligeros hasta los que realmente podrían haber causado daños severos a una persona o incluso haberle provocado la muerte, incluso cuando el estudiante había dejado de responder. En algún momento, algunos de los participantes le hacían la pregunta al psicólogo de si éste cargaría con toda la responsabilidad de lo que le pudiera pasar al estudiante en agonía. Al parecer, el hecho de que el psicólogo respondiera afirmativamente funcionaba como un calmante para la conciencia y ayudaba a los participantes a continuar con la prueba. Aquí puedes ver a uno de los participantes aplicando la prueba.

Los resultados del experimento de Milgram despertaron indignación, críticas y, sobre todo, la conciencia dolorosa del grado de docilidad para obedecer que puede alcanzar un ser humano, sin importar cuánto daño esté infligiendo a otra persona. Además, se debe recordar que por esas mismas fechas ocurría el célebre juicio en Israel contra el nazi Adolf Eichmann, sobre el que escribió Hanna Arendt en uno de los más controversiales artículos del New YorkerEntre otras cosas, la controversia estribaba en que Arendt postulaba que Eichmann no era la bestia calculadora y maligna que querían presentar los judíos, sino un simple burócrata que estaba siguiendo instrucciones, mismas que podía llevar a cabo pese a conocer sus atroces consecuencias gracias a que en su delimitada mente pensaba que no era su responsabilidad lo que pasaba después de que los judíos llegaban al campo de concentración (Eichmann era el encargado únicamente del transporte de los judíos).

el-paciente-interno

Carlos Castañeda de la Fuente se convirtió en un vagabundo tras abandonar el psiquiátrico en el que había sido recluído. Ésta es una imagen del documental de Alejandro Solar.

Hace unos días fui a ver el más reciente documental de Alejandro Solar, El paciente interno, que desentierra la "increíble y triste historia del cándido Carlos Castañeda de la Fuente y el sistema desalmado" que lo confinó a los sucios, oscuros y crueles pasillos de un hospital psiquiátrico, tras haber Castañeda intentando asesinar al entonces presidente de México, Gustavo Díaz Ordaz, responsable confeso de la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968. Castañeda, entonces un joven con pocos estudios que manifestaba una ferviente inclinación católica, consideró su deber matar a quien había atentando, de alguna manera, contra su fe (asumía que, al ser la mayoría de los mexicanos católica, el hecho de haber matado a unos cuantos se convertía en un atentado contra la religión), así que ahorró durante meses para adquirir un arma con la cual terminar con la vida del mandatario. En uno de los múltiples actos del dientón celebrados en el monumento a la Revolución, Castañeda pudo aproximarse hasta el auto en el que viajaba Díaz Ordaz y sacar la pistola, que finalmente no pudo disparar y poco tiempo después fue detenido por la policía, que lo metió en su edificio y lo torturó. Entonces ocurrió la segunda irregularidad de las tantas que sufriría después y es que, en lugar de ser juzgado por homicidio, fue internado en un hospital psiquiátrico, sin derecho a que lo visitaran sus familiares (que también fueron extorsionados). Allí fue diagnosticado con esquizofrenia y recluído durante 23 años, que podrían haber sido más, si una estudiante de leyes no se hubiera metido a estudiar los expedientes del psiquiátrico. Castañeda fue borrado de la sociedad y sometido a vejaciones innombrables, como el suministro de pastillas que no necesitaba y abusos físicos.

La historia es particularmente fuerte, pero la razón por la cual la traigo a colación es que, en varios momentos del documental, aparecen los enfermeros y el director del psiquiátrico que mantuvieron a Carlos en esas condiciones, justificando con sus respuestas sus acciones pasadas y presentes (puesto que siguen ejerciendo en la actualidad). Sus justificaciones eran parecidas a las de Eichmann: ellos estaban, simplemente, siguiendo órdenes. Funcionaban como un elemento de la cadena de imposiciones que empezaba con la actitud despótica de un individuo que, encima, asumía toda la responsabilidad de las consecuencias y quedaba impune. Estos individuos nunca fueron lo suficientemente autónomos como para impedir el suministro desenfrenado de crueldad hacia Castañeda, nunca entendieron que de ellos sí dependía que las cosas fueran diferentes y, no sé si antes de dormir esto les causaría algún remordimiento, pero lo cierto es que en documental no presentaban ninguno. 

Lo escalofriante de los resultados de Milgram es que demuestran una actitud presente en el ser humano, que parece no tener solución, puesto que la encontramos todavía, en diferentes escalas y situaciones. Debemos conocer estas acciones y hablar de ellas, para, por lo menos, aprender, reconocer, que no tenemos por qué ser así, por qué ser parte de una cadena de crueldad que desparece la empatía y la voluntad de actuar sobre nosotros mismos.