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Una lúgubre pregunta: ¿qué imagen tuya quieres que las personas contemplen cuando mueras? ¿Cuál sería tu profile pic para la posteridad? Una pregunta que en primera instancia parece recargada de vanidad --además de colocarnos en un aprieto, en la era de la proliferación de las imágenes en las redes sociales, qué pesadilla elegir sólo una... y no poder actualizarla o destagearnos. Elegir sólo una imagen, conscientes del poder de la imagen, aunque con la posibilidad de que nuestra conciencia no sea más y nada de lo que generemos a la postre tenga un efecto sobre nuestro ser... Este es el predicamento en el que nos coloca el fotógrafo Frieke Janssens, quien a la vez lleva el luto al lucro, cobrando 1,100 dólares por la imagen perfecta, sucedáneo de la inmortalidad.

Janssens y su equipo tomarán tu retrato, antes con una asesoría estilística, y retocarán la imagen para obtener un resultado inmaculado, el cual se imprimirá sobre una placa de porcelana ovalada --en la muerte aún deseamos la pureza. 

La propuesta de Janssens tiene una clara lectura usurera y de vanidad de ultratumba, pero por otro lado me parece bienvenida en tanto a que nos hace reflexionar sobre la muerte,  fortuitamente nos regala un memento mori. Y meditar sobre la muerte es, me parece, una de las acciones más provechosas para el ser humano, ya que pocas cosas nos sitúan en el presente, en una posición panorámica tan vital como pensar en la inminencia de nuestra muerte. Muchas tradiciones místicas recomiendan todos los días dedicarle un momento --puede ser en la mañana ante el espejo-- a recordar que en cualquier momento podemos morir. La muerte es el más grande acicate de vida, como un reloj que sólo escuchamos correr pero que no podemos leer, y que nos persigue con una luz fantasma, que es a fin de cuentas nuestra amiga... nos persigue pero es una puerta.  

En ocasiones nos puede parecer tétrico pensar en la muerte, dedicarle nuestra energía a pensar que moriremos --a que todas las cosas se desvanecen y se corrompen, a esa bisagra ubicua y agusanda que todo lo devora y lo reinicia. Pero si somos conscientes de la impermanencia inherente a todas las cosas --la firma de la muerte--, entonces la riqueza de la vida estará en la plenitud de los instantes, cada uno tan valioso como una vida entera y de toda potencia (granada secreta). O, en otro aspecto, si buscamos trascender la impermanencia, entonces la muerte será la gran meta, y la vida el entrenamiento para cruzar, con la conciencia, esa puerta perpetua. Así, si te preocupa la imagen que mostrarás el día de tu muerte, entonces debe se saber que esa imagen se está formando en este momento.

Twitter del autor: @alepholo