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El romance fatal entre el dance y el ecstasy y por qué está condenado a desaparecer

Por: Jimena O. - 09/26/2013

La droga y la música evolucionaron juntas y llegaron a un punto insostenible en la cultura del EDM (musica electrónica dance), que ya no es lo mismo que fue cuando comenzó.

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La cultura de la música electrónica dance (EDM por sus siglas en inglés) y su compañero infalible MDMA están en un momento de inevitable declive. Las tragedias que han ocurrido recientemente como la muerte de Olivia Rotondo, quien después de tuitear “I just took six hits of Molly” (acabo de tomar seis dosis de Éxtasi) desde el Electric Zoo Festival, en Nueva York, se colapsó frente un paramédico; o el chico Jeffrey Russ quien falleció 18 horas antes por las mismas razones, son suficientes para desalojar la pista de baile.

Es demasiado pronto para saber cómo estas tragedias del Electric Zoo van a influenciar el prestigio tanto de la música como del uso del MDMA en Estados Unidos (aunque muchos creen que vienen tan de la mano que es difícil saber cuál vino antes).

Es sabido que el éxtasis hace mejor a la música (y viceversa), proporciona euforia prolongada, la intimidad con extraños, quinesis colectiva y todo ello aumentado por el pulso del beat y los colores rococó de la fiesta. Ello es el corazón del género dance y es por ello que el dance y el MDMA son un romance perpetuo: al mismo tiempo artificial y genuino, liviano y fértil. “Si observas la cultura del dance electrónico parece ser más diversa, más incluyente del ‘otro’, más receptiva a los homosexuales; un contra-ethos de “estamos en esto juntos”, apuntó el Dr. Rick Doblin, fundador de la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos en entrevista con The Atlantic. “Hay un aspecto espiritual en ello. Para muchos, las drogas cumplen esa función. Hay algo fundamentalmente íntegro acerca de estas fiestas dance comunales”. O como Rabbi Zalman Schachter-Shalomi, figura importante del movimiento de renovación judía (Jewish Renewal)y quien tomó ácido con Timothy Leary alguna vez dijo: “Cuando Dios vio que la gente, en lugar de acudir a Dios estaba acudiendo al gabinete de medicinas, Dios se hizo accesible en el gabinete de medicinas”.

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Así, la música y las drogas siempre han viajado en tándem. Y, según Douglass Rushkoff, esta es una experiencia diseñada para que funcione de esta manera. Equipados con MDMA, los antros de Ibiza se convirtieron en una Meca; en Manhattan, la incubadora de cualquier moda del mundo, los dueños de antros y clubs fomentaron el nexo entre el dance y las drogas al disponer cuartos traseros en donde se podía comprar.

Pero la “espiritualidad” o el llamado PLUR (Paz, Amor, Unidad, Respeto) que existía en festivales no existen más; la gente comenzó a morir. Muchos corazones de ravers simplemente se detuvieron gracias al supuestamente “inofensivo” polvo y hubo un abandono masivo del barco.

La cultura EDM (Electronic dance music), como la conocemos, comenzó hace cinco años. Entonces, artistas mainstream como David Guetta o Fedde Le Grand tomaron fuerza y con ello los valores que alguna vez tuvo la música electrónica se perdieron: el famoso PLUR, sobretodo. Festivales como el Ultra Music Festival en Miami o el Electric Zoo en Nueva York desbordaban de gente.

El MDMA dejó de ser MDMA y se volvió una mezcla de metanfetaminas y sales de baño, si te va bien. Esto, aunado al marketing millonario, a las tragedias recientes y a la creciente superficialidad del carácter de los eventos, está desalentando al público fiel que lleva tres, cuatro, cinco años yendo a los festivales dance.  

Es por ello que hay cada vez más y más personas que se están “desenamorando” de la cultura. “Y más allá de culpar a los medios y a las asociaciones negativas por su declive, en un sentido más abstracto, siempre existe la posibilidad de que todo lo que esté construido sobre una premisa insostenible está condenado desde su comienzo”, apunta P. Nash Jenkins en The Atlantic. “Cada experimento de sinergia utópica ha colapsado o cambiado fundamentalmente; sus constituyentes simplemente no pueden sostener los ideales centrales porque, pues, son ideales. Los traficantes pueden vender MDMA falso hasta que los niños comiencen a morir por ello, y la esfera del mainstream puede preservar temas y mensajes hasta que la fuerza desintegradora de la atención popular demuestre que son sólo una fachada”.