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Como si fueran al mismo tiempo navegantes y cartógrafos, destacados médicos de la antigüedad legaron dibujos en los que representaron sus exploraciones y sus decubrimientos sobre el cuerpo humano, esa entidad que aunque cercana, por mucho tiempo fue desconocida.

Una de las paradojas de nuestra relación con nuestro propio cuerpo es que, hasta cierto punto, nos es esencialmente desconocido. Y esto puede verse incluso históricamente: tuvo que pasar mucho tiempo, probarse y descartarse muchas teorías, para que alcanzáramos un conocimiento más o menos aceptable sobre sus procesos y las muchas formas en que este funciona. El enigma de la vida, que puede abordarse desde numerosas perspectivas, comienza en aquello que no es más íntimo, ese soporte carnal con el que convivimos diariamente y el cual, hasta ahora, es nuestro medio más inmediato de la existencia cotidiana.

El sitio Popsci ha reunido una interesante selección de imágenes anatómicas de la que quizá sea una de las etapas más inquietantes de la medicina: aquella que según la división histórica europea podríamos fechar a partir del Renacimiento, cuando la investigación y los saberes comenzaron a sacudirse poco a poco pero ya irreversiblemente el yugo más bien limitante de la doctrina religiosa. El cuerpo transitó entonces hacia un concepto menos sublime, menos intocable, hacia uno más terrenal, hacia el atrevimiento de la experimentación y la exploración.

En este sentido, los médicos de la antigüedad parecen reunir en su labor la doble empresa del navegante y el cartógrafo: como si Colón y Vespucio se fundieran en una sola persona, estos incipientes conocedores de la anatomía y la fisiología humanas utilizaron el doble trazo del bisturí y el lápiz para legar impresionantes mapas de “esta carne demasiado, demasiado compacta” (this too too solid flesh”; Hamlet, I, ii).

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