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Si el arte es en sí mismo un engaño, una representación de la realidad (sea que esta tome la forma de la imitación o de la crítica, pero representación en última instancia), sin duda llama la atención aquellas obras que hacen evidente, literal, este engaño, este montaje.

Así, por ejemplo, el trabajo de Justen Ladda, neoyorquino que desde la década de los 80 se ha caracterizado por sus instalaciones en que pintura y escultura colaboran para crear increíbles ilusiones ópticas, escenarios en los que la perspectiva del espectador también se vuelve elemento imprescindible para generar la posibilidad de magia.

Al respecto dice Ladda:

No quiero que el público tenga ideas específicas de mi obra. No hay una forma “correcta” de mirarla. No necesitas saber nada de arte para relacionarte con ella, creo. Intento mantener mi trabajo abierto, como una cámara de eco o un espejo que te devuelve lo que trajiste, aunque alterado en alguna forma por la pieza. Así que todos obtienen algo.

Sin duda una manera interesante de ver no solo las instalaciones de Ladda, sino el arte en general: como algo que otorga, en buena medida en función desde el lugar desde el cual nos acercamos a él.

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