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Miles de brasileños exigen justicia y dignidad en las calles, mientras alrededor del mundo millones de personas les aplauden desde su cómoda rutina cotidiana.

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En años recientes Brasil se ha convertido en un ícono de dualidad. Por un lado, apoyado en algunos aciertos estratégicos y en sus dimensiones –tanto geográficas, como demográficas–, se ha perfilado como una de las economías con mayor crecimiento, encabezando por amplio margen a Latinoamérica. Mientras que otra de sus facetas, y seguramente la más palpable para el grueso de la población, lo cierto es que Brasil sigue destacando por la inseguridad que reina en sus mayores ciudades, por la corrupción generalizada entre sus gobernantes, y por la notable pobreza en la que se encuentra sumergida una buena parte de sus habitantes. 

A un año de que se celebre la Copa del Mundo en este territorio, tal vez el más futbolero del planeta, y mientras se lleva a cabo la Copa Confederaciones, miles de brasileños aprovecharon la atención mediática para manifestarse en contra de los costos que implicará organizar en 2014 el mayor torneo de futbol (13 mil millones de dólares tan solo en renovar estadios), en contraste con las malas condiciones de vida que imperan en este país –aunado a demandas contra la corrupción de la clase política, el incremento en el costo del transporte público, etc. 

Generalmente la FIFA (acrónimo que, por casualidad, se lleva fonéticamente bien con la palabra 'mafia'), suele enfatizar en los beneficios económicos que conlleva para un país auspiciar este magno torneo. Sin embargo, creo que sería relativamente fácil probar que el verdadero beneficio termina en las arcas de las grandes marcas y corporaciones que danzan alrededor de los vencedores y los vencidos, mientras que la derrama en la población local termina por ser efímera.

En su columna "El Inversor", publicada semanalmente en este medio, Pablo Doberti, quien además radica en Brasil, advirtió:

No percibo aires transformadores en las mareas humanas que han salido a las calles en estos días en Brasil. Y serían necesarios. No presiento por debajo de esa peregrinación espontánea y voluntaria ningún proyecto. No los siento ilusionados con nada. Tal vez decepcionados, pero no es lo mismo. Veo mucho ímpetu, muchas energías desplegadas a favor de no se sabe bien qué. Pero tienen voluntad. Y son miles de miles. [...] Ni unos ni otros tienen un proyecto de transformación social hondo. No hay por debajo un debate político significativo. Son tensiones funcionales –diría- al modelo imperante. Son juegos dentro del mismo paradigma político. Discuten eficiencia y moral, no proyecto.

Y confieso que comparto con Pablo la idea de que, más allá de emotivas demostraciones de denuncia y hartazgo, lo que realmente necesitamos –Brasil, México, todos–,  es editar a fondo las estructuras que nos rigen. Es más, ni siquiera soy particularmente devoto de salir a la calle a protestar –creo que es una trinchera que, aunque no inútil, en cambio si gastada y bastante medida ya por el sistema. Pero por otro lado no puedo evitar sentirme contagiado por el clamor de los brasileños, manifestación que me parece aún más significativa si consideramos que ellos, sonrientes apasionados del futbol, advierten a su gobierno, y al resto del mundo, que fácilmente cambiarían la organización de esta 'fiesta', por condiciones de vida más dignas. En cierto sentido me emociona comprobar que el 'circo' es una herramienta cada vez más endeble para aletargar a una población castigada.

En fin, más allá de la empatía que me han producido las manifestaciones registradas en Brasil, y de mi escepticismo ante el valor "transformacional" de este tipo de recursos, creo que a fin de cuentas el mensaje es claro: mientras miles de brasileños salen a las calles  ¿tú qué estás haciendo?

Twitter del autor: @paradoxeparadis