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La forma en la que relatamos nuestras experiencias y nombramos las drogas que consumimos afectan significativamente sus efectos, hasta el punto de que las sustancias psicoactivas son culturalmente programadas (el principio activo es también lo que nos decimos).

La descripción del mundo que nos hacemos se convierte en el mundo que percibimos.

Carlos Castaneda.

Estrellas negras, Micropuntos morados, Fat Freddies, Gatos Felix, Panoramics, Hofmann Edición Especial, Lucy in the Sky with Diamonds, Dragones, California Sunshine, Supermans,  Loony Toons, estos son algunos de los nombres con los que se ha llamado al LSD (algunos de ellos con planillas de diseños de alta estimulación visual). Se dice que "nombre es destino", ¿qué tanto modifica la experiencia tomar un LSD llamado Paraíso o una Estrella Negra, una es más luminosa que la otra, pese a que sean la misma sustancia? No hay duda que nombrar es un acto de poder, confiere realidad. En el paraíso lo primero que Dios le enseñó a Adán, como bien relata Leonard Schlain en The Alphabet Vs. the Goddess, no fue algo "práctico" como hacer fuego, fue el nombrar, y así obtuvo "dominio sobre la Tierra" --y es que acaso la palabra es el aliento que enciende el fuego (poetizar es originalmente crear, dar a luz).

En un formidable ensayo para Aeon Magazine, el analista de medios y de la contracultura, Erik Davis,  nos introduce a la estrecha relación que tienen las narrativas de las drogas, la forma en la que nos contamos sus supuestos efectos, sus cualidades profanas o sagradas,  y la forma en la que las experimentamos. Davis entiende que existe un diálogo entre "las moléculas y los espíritus", entre la química y la conciencia en el que "marcos sociales, culturales y hasta cósmicos se entretejen con marcos biológicos y neurales". En sentido muy básico "somos lo que comemos, pero lo que comemos también es una reflexión de quiénes (pensamos que) somos".

El LSD es un caso emblemático, a lo largo de su corta historia ha sido usado como "agente de control mental; como facilitador en la psicoterapia;  como estimulador de la psicosis, como bujía mística; como afrodisiaco; como estimulante de la productividad; como azote demoniaco; como fuerza revolucionaria; para pasar un buen rato; como Dios"... LSDios decían los jóvenes en la temprana euforia de la conciencia revelada. La importancia del "set and setting" de la teoría de Leary es insoslayable, en ocasiones superior a la sustancia misma (un placebo bien llevado puede ser el "alcaloide" más poderoso). "El LSD es una sustancia que produce ocasionalmente comportamientos psicóticos en personas que no lo han tomado”, citaba Mckenna a Leary.... es también un nocebo.

Davis nos cuenta que el legendario químico Augustus Owsley Stanley III teñía sus famosos ácidos de diferentes colores y los llamaba con nombres como Purple Haze o Blue Cheer, los cuales se iban ligando a diferentes tipos de efectos aunque la calidad y cantidad del LSD era la misma. Algo que parece estar ocurriendo hoy con la ola del cannabis cultivado en casa y de uso médico, en búsqueda de cooptar el mercado con nombres seductores como God's Pussy o Green Crack.

En el caso del MDMA, que también comparte un diverso acervo de pastillas con diferentes nombres aunque muchas de estas cortadas con otras sustancias,  el nombre modificó probablemente su destino de consumo. Antes de que el MDMA fuera llamado éxtasis por los dealers, su nombre iba a ser empatía, pero, como señala Bruce Eisner, el marketing callejero se decantó por éxtasis ya que esta palabra sugería un efecto más excitante para los consumidores.

El caso de la ayahuasca es igualmente interesante. El nombre de esta cocción milenaria que consiste de dos plantas, significa "viña de la muerte" (o viña de los espíritus) en quechua y las experiencias que genera comúnmente remiten a la muerte, a un proceso de muerte simbólica, a un viaje al inframundo o al pasado en el que se estabelece una relación dinámica con los  espíritus o ancestros. Aunque el nombre puede haberse originado de las experiencias, de una descripción relativamente precisa, también es posible que el nombre sea lo que sustenta y continúa este hilo de experiencias límite.

Con el DMT la mitología circundante también parece contribuir a los efectos arrobadores de esta molécula que secreta naturalmente el cuerpo humano. Esta sustancia, el principio activo de la ayahuasca, es de las menos estudiadas en un contexto científico. Los estudios que se tienen fueron realizados por Rick Strassman, quien en su libro The Spirit Molecule especula que el DMT podría ser generado en la glándula pineal, que a su vez está asociada con "el tercer ojo" u ojo espiritual (la glándula que secreta espíritus o geniecillos según el atisbo de Descartes). Strassman va más lejos y vincula la formación de la glándula pineal, la cual se vuelve patente a los 49 días de desarrollo fetal, con la reencarnación, ya que este periodo de tiempo es el mismo que, según el Libro Tibetano de los Muertos, tarda un alma en volver a habitar un cuerpo. La especulación, ciertamente fascinante, sugiere que el ser humano secreta DMT a la hora de su muerte. Esta narrativa contribuye a que las experiencias con DMT sean percibidas como ensayos de la muerte o viajes a otras dimensiones o a que se asocie con la apertura del tercer ojo y el despertar de la serpiente kundalini.

Erik Davis sugiere que la diferencia radical entre los efectos del PCP y la ketamina, dos sustancias molecularmente similares, tiene que ver con el diverso entorno cultural de las mismas. La ketamina habiendo sido aprehendida dentro de un marco psicodélico de exploración de las zonas liminales de la mente encabezado por los experimentos de John Lilly en tanques de aislamiento investigando el programa de la biocomputadora humana y de la computadora cósmica. Actualmente la ketamina parece ser la sustancia más prometedora para tratar una depresión profunda, promoviendo la neurogénesis, por lo cual se desarrollan antidepresivos como el GLYX-13 sin los efectos alucinatorios, etcétera. Pero como Davis advierte, los científicos pasan de largo la posibilidad de que los efectos antidepresivos tengan que ver con la experiencia misma, "el profundo viaje individual a través de modos, en ocasiones extáticos y transformadores, de conciencia cuyos poderes subjetivos podrían ser lo que arranca a la mente de sus desoladoras grietas".

El Estado es también sin duda responsable de construir narrativas e influir en los efectos de las drogas a través de la prohibición o la permisión. La naturaleza de integración social del alcohol podría ser un ejemplo. El tabaco como agente de la maduración y de la autoconfianza en la vida de los adolescentes o como liberador de las mujeres (algo que fue promovido por Ed Bernays, el gurú de la propaganda capitalista), mientras que en la selva amazónica tiene un efecto muy distinto, es la planta maestra de la purificación y la purga. Otro ejemplo, la ola de paranoia que generó el "reefer madness", la propaganda de la marihuana como una sustancia desquiciante en los 30 y 40. También la cocaína y los yuppies: la autoafirmación del ego.

El estudio de lo que sucede cuando consumimos drogas psicoactivas debe de incorporar este tipo de marcos culturales y "factores poéticos". Quizás las sustancias están más vacías de lo que pensamos. En la visión de Tim Leary, la droga en sí misma no tenía un acceso privilegiado a la realidad sagrada, sino que en un"loop de retroalimentación, cataliza las historias y percepciones ya 'programadas' en la mente humana y el entorno cultural que la rodea", señala Davis. Esto embona con la teoría morfogenética que Mckenna tomó de Sheldrake para entender las experiencias psicodélicas como sintonizaciones o resonancias con campos de información colectiva.  En las drogas y especialmente en los llamados enteógenos participan las dimensiones arquetípicas de la psicología jungiana y abiertos estos canales los hombres vuelven a comunicarse con los dioses y demonios, que pueden ser entedidos como patrones psicohistóricos o constelaciones psíquicas.

"La mente es un máquina de realidad que es tanto una radio como una computadora", dice con gran lucidez Davis. La neurociencia debe de tomar en cuenta este mapeo de las reconfiguraciones del cerebro dentro de un modelo de transistor de flujos de información o un modelo de transmisión de conciencia. Los espíritus no sólo están en el bosque, el bosque está en la mente y los espíritus fluyen en la noche de la conciencia. Debe también de incorporar relatos en primera persona, aunque estos parezcan poco científicos, puesto que "como nuestros amores y nuestras muertes, nuestros viajes son finalmente conocidos, si algo acaso es conocido finalmente, desde dentro".

La narrativa dominante en la actualidad es la de la prohibición, la de la ilegalidad, la de marginar a quienes consumen drogas. A la vez esta es la naturaleza de lo sagrado: que a ello se accede violando el tabú (como decía Bataille). Las realidades, las dimensiones, los conocimientos son celosamente guardados; así nos magnetiza lo secreto, por debajo y por arriba del orden establecido: ver aquello que sustenta la realidad, los cables dentro del andamiaje del teatro cósmico. Evidentemente esto no significa que las drogas, especialmente los psicodélicos, no puedan ser integrados de una manera más positiva dentro de la sociedad, especialmente como agentes para estudiar la conciencia. Para ello sólo habrá que resignificar la narrativa, llevar el chamanismo a la psicología y a la medicina. Dimensionar estas experiencias que abren nuevas dimensiones. Sanar quizás el trauma colectivo: "Habiendo muerto, aunque sea en una alucinación, uno no puede seguir viviendo de la misma forma", dice Erik Davis. Nuestra cultura debe de asimilar a su narrativa la importancia de morir, de amistar su propia oscuridad y así, con drogas o sin drogas, experimentar lo sagrado cotidianamente. 

 

Twitter del autor: @alepholo

 

Imagen de portada: Sharm Murugiah