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Los maratones Barkley son una de las competencias de resistencia física más extremas en el planeta. Apenas 12 personas lo han terminado, pero el reto comienza mucho antes de salir a la pista.

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En el agreste condado de Wartburg, Tennessee, tiene lugar desde 1985 una de las carreras de resistencia más duras del planeta, además de la más misteriosa de ellas. Gary Cantrell de 59 años solía correr con sus amigos por las montañas, y desde entonces la idea se mantiene básicamente la misma, sólo que más grande. Mucho, mucho más grande y también secreta: "No existe un sitio web, no hago pública la fecha de la carrera o explico cómo entrar. Todo lo que sea fuente de estrés para los competidores es bueno." Se hacen llamar "Maratones Barkley", y apenas 12 personas lo han corrido completo en sus más de dos décadas de existencia.

La idea surgió en 1985 luego de que Cantrell supiera que James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King Jr., escapara de la penitenciaria estatal de Brushy Mountain atravesando sólo 8 millas en 54 horas, antes de ser encontrado agotado, hambriento y al borde de la hipotermia. La prisión fue cerrada en 2009, pero los corredores del Berkley atraviesan un arroyo que corre por debajo de la prisión, cerca de donde Ray escapó. Cantrell quiso hacer esta experiencia extrema solamente más extrema.

"El Barkley es un problema", afirma Cantrell. "Todas las otras grandes carreras están hechas para que triunfes. El Barkley está hecho para que falles." Y es que las carreras de alta resistencia ("ultrarunning", para los veteranos) han crecido en popularidad desde hace años, con cuotas de ingreso superiores incluso a los mil dólares. Entrar al Barkley cuesta $1.60 (sí, un dólar con sesenta centavos), y los cuidadores del parque Wartburg no permiten que entren más de 35 participantes cada año. Pero entrar al Barkley es más un trabajo detectivesco que un asunto de dinero.

"No puedes comprar el Barkley", admite Cantrell, quien ha recibido grandes ofertas de dinero de competidores que desean medirse en esta carrera. Pero nadie, incluso los competidores veteranos, saben a ciencia cierta cómo entrar en la carrera. En cierto día y a cierta hora (que puede ser el día de Navidad) debes enviar un ensayo al correo electrónico de Cantrell donde expliques tus razones para ser admitido. Si el correo llega apenas un minuto fuera de la hora marcada (dice la leyenda), Cantrell te deja fuera. Si no eres admitido lo sabrás al recibir una de sus cartas de condolencia, pero si eres admitido no lo sabrás de inmediato: te hará esperar, te hará dudar y luego recibirás un mensaje que dice algo como "Prepárate para los problemas."

Pero, ¿por qué alguien querría entrar en una competencia a pie a campo traviesa a través de más de 100 millas (algunos dicen que 130 o más), a lo largo de un circuito que nadie te indica, con mínimo conocimiento de un mapa que te dan apenas unas horas antes de que comience la competencia, con nombres de referencia como "La Colina de Meth", "Cosas Malas" y llena de cardos puntiagudos, con temperaturas que congelan en la noche y matan de calor durante el día, y con una presión atmosférica equivalente a escalar el Monte Everest dos veces desde el nivel del mar? Dos respuestas que no son mutuamente excluyentes: por la locura o por la diversión.

En sus inicios el trayecto era de 50 millas y el tiempo límite de 24 horas. Desde 1989 el trayecto comprende cinco circuitos de 20 millas y un tiempo límite de 60 horas. Sólo 12 corredores han terminado el circuito en su historia, la misma cantidad de personas que han caminado sobre la superficie lunar. Brett Maune, un médico de 34 años mantiene el record de tiempo  en terminar un Barkley (56 horas), además de ser el único que lo ha terminado en dos ocasiones.

La respuesta de los competidores suele ser la misma cuando les preguntan por qué deciden competir (o tratar de competir) en un Barkley: para probarse a ellos mismos. "Los humanos están hechos para pasar por duros desafíos físicos", afirma Cantrell. "La verdadera alegría es ver que la gente encuentra algo en ellos mismos que no sabían que tenían dentro."

[NY Times]