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"Frankensteins" de la entomología: el caso de los transplantes de cabeza entre insectos

Por: Jimena O. - 03/25/2013

La ciencia suele tener algunas ideas descabelladas, que sin embargo, pueden enseñarnos mucho de las maravillas del cerebro y el comportamiento del cuerpo en ausencia de este.

ku-xlarge Aunque la idea pueda parecer descabellada (o literalmente descabezada), los biólogos llevan intercambiando cabezas de insectos como si se tratara de juguetes de acción desde hace unos 90 años. Pero el transplante no se realiza para producir involuntarios "frankensteins", sino que durante el proceso ambos insectos permanecen vivos --y aceptan la nueva cabeza.

En 1923, un biólogo llamado Walter Finkler escribió que había logrado transplantar exitosamente las cabezas de varios insectos, entre ellos mariposas comúnes, chinches y lombrices. Finkler halló que tanto en estado adulto como larvario era posible realizar el intercambio de cabezas en un proceso bastante sencillo: cortar las cabezas con unas tijeras y colocarlas en el cuerpo del otro. El líquido que sale de ambas cabezas sirve como sellador y después de un rato el insecto volvía a la vida, no sin algunos cambios dignos de notarse.

Las cabezas de insectos femeninos transplantadas en cuerpos masculinos seguían comportándose como femeninos; los intercambios entre diferentes especies dieron un resultado similar: las cabezas de mariposa seguían comportándose como sus especies de origen, a pesar de que sus cuerpos fueran de otra especie.

En el caso de las lombrices, J.T. Cunningham afirmó que sólo los cuerpos sobrevivían al proceso: las cabezas muertas no parecían tener injerencia alguna en el movimiento "autónomo" de los cuerpos. Las conclusiones de Cunningham fueron que los cuerpos de insectos podían seguir vivos sin la guía de sus cabezas, las cuales no reaccionaban a los nuevos cerebros.

Hoy en día este procedimiento forma parte de las investigaciones entomológicas, por más extraño que parezca al sentido común. Las funciones corporales en la mayoría de las especies requieren, según los mismos, información tanto de los cuerpos como de los cerebros; esto no parece ser verificable en mamíferos, naturalmente, concretamente en humanos, pero los insectos no padecen nuestro apego a un cuerpo unitario.

Uno de los más extraños experimentos ha demostrado que los cerebros de los insectos no necesariamente tienen que estar unidos a la cabeza. Al estudiar los hábitos de crecimiento de cierta especie de polilla (el cómo se vuelven adultas), los investigadores han encontrado que su cuerpo sólo le indica que debe "crecer" cuando siente un cambio en la temperatura, esto durante el primer invierno de vida. Para comprobar esto, sometieron los cerebros de algunas polillas a temperaturas muy frías, y posteriormente los reinjertaron en los abdómenes de los cuerpos. Los cerebros secretaron las hormonas necesarias para que los cuerpos de las polillas se desarrollaran al estado adulto, aunque el estudio no añade si las polillas podían seguir "su vida normal" con el cerebro pegado en el abdomen. 

Aunque la perspectiva ética respecto a la realización de estos experimentos en mamíferos (incluyendo humano) implica consideraciones distintas a las de los insectos, lo cierto es que estos experimentos nos muestran que no toda la información necesaria para el crecimiento y desarrollo de los cuerpos se encuentra en la cabeza. Y, más extraño, que la ciencia en ocasiones realiza experimentos que nos vuelan la cabeza --eso sí, al amparo de la razón.

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