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Las condiciones en que viven diariamente los estudiantes de medicina son factores suficientes para desarrollar un mal psicológico que podría verse como la victoria de su imaginación sobre su percepción.

Hay enfermedades ligadas inevitablemente con ciertas actividades cotidianas, oficios y profesiones que se ejecutan a diario y en los cuales la mente y el cuerpo se ven comprometidos a pesar de los posibles efectos negativos que estos acarreen. Así, por ejemplo, los bailarines tienden a desarrollar problemas ortopédicos, las costureras y sastres de vista, los operadores de maquinaria sufren afectaciones en su oído.

En el caso de los estudiantes de medicina se ha documentado la existencia de una enfermedad que justamente toma su nombre de este estad previo a la obtención del título, ese periodo durante el cual un joven se enfrenta a escenario que solo conocía por sus libros, de oídas o tal vez por películas o series de televisión, novedad no del todo grata —heridas supurantes, miembros putrefactos, desconocidos de hálito penetrante describiendo sus síntomas— que se combina con la presión propia de las escuelas y facultades, caracterizadas regularmente por la exigencia y el rigor, los horarios extendidos, a veces la estrechez económica, el contacto continuo y sostenido casi exclusivamente con personas del mismo medio, etc.

Todo este cuadro alimenta una reacción psicológica que se conoce, con poca imaginación, como el Síndrome del Estudiante de Medicina, en el cual el susodicho aprendiz comienza a perder la batalla contra su imaginación y cree sentir los síntomas de alguna enfermedad. Curiosamente, la apendicitis es una de las fantasías más populares: tardan menos los estudiantes en aprender dónde se localiza el apéndice que en sentir una inflamación que pronto e irrefutablemente se autodiagnostican como un apéndice inflamado.

Se trata, como se ve, de una especie de hipocondría, una prueba de la capacidad de la mente concetrada y atenta que es capaz de sentir algo donde ese algo no existe: una picazón, un espamo, un tremor involuntario.

¿Quizá también un criterio para separar a los buenos de los futuros malos médicos?

Al respecto, unos versos de Hamlet, una advertencia que la reina Gertrude hace a su inquieto hijo príncipe de Dinamarca:

This the very coinage of your brain

This bodiless creation ecstasy.

Is very cunning in.

[Esto no es sino invención de tu cerebro.

La locura es muy hábil

Para estas creaciones informes]

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