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"Confesiones en el diván", la película sobre la relación tormentosa entre Alma y Gustav Mahler y la necesidad de este de acudir en busca de ayuda con Sigmund Freud, anima el debate sobre la autenticidad del genio o su impostura social, la disculpa que merece o la incapacidad que solo la autocompasión le impide superar.

"Der Teufel tanzt es mit mir", "El diablo baila conmigo", anotación que, entre varias otras, hizo Gustav Mahler en la partitura de su 10ª Sinfonía, esta al inicio del cuarto movimiento.

La semana pasada, el jueves, vi en el cine Mahler auf der Couch, película de 2010 dirigida por Felix y Percy Adlon (padre e hijo) que elabora a partir de un hecho real, histórico, pero del cual se ignoran sus detalles, es decir, como se advierte al inicio de la cinta, se sabe qué ocurrió pero se ignora cómo ocurrió: la visita que en el verano de 1910 hizo Gustav Mahler a Sigmund Freud en la ciudad holandesa de Leiden, donde este se encontraba de vacaciones y cuyo nombre, casual o coincidentemente para el estado emocional de Mahler, es también una palabra que en alemán significa “sufrimiento”.

El encuentro es legendario, claro, porque se trata de Mahler y de Freud, dos titanes de la historia intelectual de la humanidad que, como casi siempre sucede con personalidades de este tipo, es difícil imaginar juntos, además, uno pidiendo ayuda al otro, confiando en que ese otro es capaz de ayudarlo, en un gesto mutuo y recíproco de generosa condescendencia. Legendario también porque prácticamente no existe ninguna información al respecto: Ernest Jones, el biógrafo oficial de Freud, lo menciona apenas de pasada, y Alma Mahler, la esposa de Gustav, tampoco es muy elocuente al respecto en sus documentos personales. Legendario, por último, porque el análisis del compositor fue cosa de un día, o casi, una sesión maratónica a la que Freud accedió por humanidad y también por curiosidad, porque sabía que dicha decisión no había sido fácil para Gustav (pidió cita tres veces y canceló dos de ellas), aunque, después de todo, resultó mucho mejor de lo que la premura y el nerviosismo de Mahler pronosticaba. “Fue como sacar una viga única de un edificio misterioso”, escribió Freud al respecto, años después, en una carta a su alumno Theodor Reik.

¿Pero por qué quería ver Mahler a Freud? Ese es, más allá de la admiración aunque todavía en la anécdota, el asunto fundamental de la película.

Como se sabe, Mahler vivió una de las relaciones amorosas más difíciles en toda la historia de la música con su esposa, la ya mencionada Alma, diecinueve años menor que él y quien, se dice, lo engañaba en cada oportunidad que tenía. Gustav permaneció ajeno a esta situación hasta que un día uno de los amantes de Alma, el arquitecto alemán Walter Gropius, futuro fundador de la Bauhaus, acudió a la casa de campo de los Mahler para declarar tanto su amor para con Alma como su intención de arrebatársela al músico para casarse con ella.

El incidente desató el de por sí precario equilibrio emocional de Gustav, lo suficiente como para darse cuenta de que no podía enfrentar solo el problema y se allegara a Freud en busca de consejo o solución.

Ahora bien, en Mahler auf der Couch (traducida, por cierto, en los países hispanohablantes como Confesiones en el diván), una de las interpretaciones quizá coherente históricamente pero discutible ideológicamente en torno a la relación Alma-Gustav, es aquella que explica el sufrimiento de ambos a partir de la manera en que se manifestó cotidianamente el genio de Gustav: Mahler, abocado a nada más que su música, recipiente de una biografía complicada que incluye, entre otros episodios dolorosos, la violencia física de su padre hacia su madre y la muerte de varios hermanos, empeñado en inscribir su nombre como compositor al lado de Beethoven y Wagner, tenía poca capacidad para expresar sus sentimientos fuera del pentagrama y la partitura ―solo que esto último estaba gobernado por el mismo rigor intelectual que dominaba el resto de su obra. La situación, como se ve, no era fácil para Alma, de ahí la hipótesis aventurada por los Adlon sobre la manera en que Freud ayudó a Gustav: haciéndole ver que la infidelidad de su mujer era su propio grito de auxilio, su manera de despertar una reacción emotiva, sentimental, en un hombre que por fuera parecía consagrado únicamente a lo sublime y lo trascendente, ignorando (o pareciendo ignorar) todas esas circunstancias que hacen posible la vida diaria, circunstancias que en no pocas ocasiones toman la forma de personas ligadas afectivamente con el pretendido creador.

“No es fácil vivir conmigo”, dice en algún momento el Gustav de la película, en una suerte de seducción inversa y, se dirá, egoísta, de quien no piensa más que en sí y la poca disposición para convertir parte de su vida en una vida compartida con otra persona.

Como justificación a esta conducta, Mahler tiene su genio, y de algún modo así es como lo comprende Alma cuando en la película por fin cede y acepta que ella, su relación con Gustav, los años pasados en su compañía, se encuentran, efectivamente, en la música del compositor, y de algún modo, al reconocer esto, se disculpa con su esposo al mismo tiempo que lo perdona: por el dolor causado, por el dolor sufrido.

En este punto la cinta retoma un arquetipo cultural que, por lo menos en las últimas dos o tres décadas, ha sido objeto de diversos análisis y elucubraciones ficticias: el del genio incomprendido, el individuo que por su elevada capacidad intelectual no entiende los asuntos sencillos de la vida (especialmente las relaciones humanas y entre estas las afectivas), a pesar de que resuelva con relativa facilidad problemas que el común encuentra complicados o francamente insolubles. Ludwig Wittgentein, Einstein, Glenn Gould, Susan Sontag o, desde una posición más pop, Sheldon Cooper, son ejemplos acabados de personas capaces de entender el mundo en sus mecanismos más intrincados pero impedidas de sostener algo aparentemente tan prosaico como una relación amorosa, que encuentran infinitamente más laberíntica (¿hasta la banalidad?) que el más testarudo de sus enigmas intelectuales.

Pero también culturalmente, el mandato para quienes a pesar de todo se relacionan con este tipo de personas, no es otro más que el amor incondicional, el sometimiento a cambio de la trascendencia, padecer cualquier cosa so pretexto de pasar por la estrecha aduana de la Historia gracias al salvoconducto que lleva la firma del genio. ¿No debería Alma sentirse más que satisfecha con la dedicatoria del Adagietto de la Quinta Sinfonía? ¿No debería compensar eso todas las supuestas carencias afectivas de las que podría acusar a Gustav?

Esa es la perspectiva a que nos ha habituado, creo, la consideración del genio como un Übermensch por encima de la moral de una sociedad y de sus prácticas habituales, alguien a quien se le dispensa la extravagancia de su pensamiento y su comportamiento solo porque desarrolló la posibilidad de expresar su genio en algo útil y productivo (sí, en el sentido capitalista), lo cual le permite vivir libremente y no, como el loco, encerrado o marginado. El genio y el loco, dos caras adyacentes del monstruo que le recuerda al hombre normal la medianía de su condición: “Lord, we know what we are, but know not what we may be”.

¿Pero hasta qué punto el genio intelectual es, en efecto, una condición fisiológica, una variación del desarrollo cerebral y neuronal que tiene como consecuencia una ventaja del individuo sobre el resto de la especie o, por el contrario, no es más que la mera adopción de un modelo cultural, una máscara que algunos, ahítos de egoísmo y amor propio, se calan para mostrarse frente al mundo y resguardarse así de las críticas y los ataques, del fracaso y la decepción?

Nuestra época es, como todas, contradictoria: fomenta el individualismo y la independencia hedonistas pero también, quizá por culpa, castiga la imposibilidad de algunos para, dicho psicoanalíticamente, establecer un lazo con otra persona, sobrellevar el compromiso que esto supone y la eventual renuncia a ciertos goces que se creen ganados para jamás perderse.

O nuestro tiempo está lleno de genios o se trata simplemente de impedidos emocionales que han encontrado en la figura del genio incomprendido la mentira que se cuentan a diario para justificar su miseria personal.

¿‎"Que el cielo exista, aunque nuestro lugar sea el infierno"?

 

Algunas páginas consultadas durante la elaboración de este texto:

Alma Mahler en la Wikipedia (ENG)

Donald Mitchell, “Mahler and Freud”, Naturlaut (ENG, PDF)

Elena Jabif, “Gustav Mahler y su tratamiento psicoanalítico, en una sola sesión, con Sigmund Freud”, Antroposmoderno

Didi Balle y Marin Alsop, "A Composer On The Couch: Mahler Meets Freud", en NPR

Theodor Reik, mencionado casi al inicio, es autor de Variaciones psicoanalíticas sobre un tema de Mahler, publicado en 1975 por la editorial española Taurus (título original: The Haunting Melody: Psychoanalytic Experiences in Life and Music, New York: Farrar, Straus, and Young, 1953).

Twitter del autor: @saturnesco