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Perturbador, polémico y para algunos tétricamente pornográfico, Nobuyoshi Araki es uno de los artistas japoneses más reconocidos en el mundo. No hay nada que cause mayor impresión al ser humano que el sexo y la muerte, dos caras de la misma moneda, y Araki explota esta relación para hacer que el espectador se vea estimulado, encantado y al mismo tiempo repelido.

Nacido en Tokio en 1940,  Nobuyoshi Araki cuenta con más de 350 libros de fotografía publicados, ha incursionado en la pintura y en el porno, siempre buscando provocar (en su sitio web una imagen vintage de Araki con cuernos de diablo recibe a los visitantes)... es, sin duda, una máquina de creación, según el Japan Times, "una fuerza de la naturaleza que existe en un espacio nietzscheano", que obtiene enorme placer en subvertir la moral a través de la estética, especialmente el conservadurismo japonés. Ha fotografiado a Bjork y a Lady Gaga y a numerosas celebridades japonesas, llevándolas a los extremos (a la mayoría colgándolas en un performace ritual que también es un coito). 

Su obra exhibe una fascinación por una triada compuesta por las mujeres, los reptiles y las flores --entretejida por la dualidad fundamental entre el sexo y la muerte. Escenas de muerte simbólica, en las que la brujería se ve trastocada por un elemento lúdico, casi infantil: el espolvoreo de pintura, derramada en caos simulado, y la infaltable presencia de dinosaurios de plástico.  

 

 

A fin de cuentas su obra es un sacrificio. De una culpa ancestral que energiza los secretos arqueológicos de la mente. Araki ha sido criticado por proyectar una representación negativa de la mujer. Y, sin embargo, su trabajo parece estar más allá del bien y el mal: es un ritual poseído por la sombra de la naturaleza. La fuerza primigenia que lo recorre parece de alguna manera misteriosa estar expiando una culpa: en la muerte ceremonial reestableciendo un balance. Acaso liberando a las mujeres del estigma y la represión histórica a través del sacrificio (y es que el acto fundamental con el cual los hombres se conectan con los dioses es la muerte), a la vez que conjura imágenes pop de asesinatos y violaciones. El proceso, en cojunto, opera liberando la fuerza erótica subterránea, de efluvios enardecidos, destilaciones plutonianas que se subliman o vapores vaginales que se vuelven nubes en el cielo.

El paisaje erótico de Araki es intervenido por intrusos lúdicos, la espontaneidad temible del reptil (vuelta juego) que se acerca al sexo (con el que la lengua hace un eco magnético).

Siempre Eros y Thantos, una misma energía --que se desdobla o se enrolla-- expansión y contracción. 

 

La boca es un espejo del sexo: los labios (la vulva horizontal).

Cada flor también es un órgano sexual.

 

La persistencia de la muerte a través de la soga (sujeción a un yugo antiguo): la cuerda es también la tensión sexual, tensegridad del último orgasmo. 

Cada clic de la cámara, dice Araki, es una penetración coital, una particular emoción erótica irrepetible.

"Es importante encajar con el objeto o la persona. Por ejemplo, cuando le tomó fotos a Shinujuku, uso jeans, una camiseta y zapatillas deportivas; pero cuando voy a Ginza, usualmente uso un traje. Cambio mi disfraz según dónde tomo las fotografías. Si la persona que estoy fotografiando está desnuda, entonces yo también estaré desnudo --¡un fotógrafo desnudo!".

Hasta Bjork ha colgado de las cuerdas de Araki, el tirititero del eros.

Más que el voyeurista, Araki es el demiurgo de un erotismo liminal.

Twitter del autor: @alepholo