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El mundo celebra la efímera fama de Psy, un cantante sudcoreano de pop que con su "Gangnam Style" parece enaltecer (pero también satirizar) algunos de los valores más preciados de Occidente.

 

Los Juegos Olímpicos de Londres nos heredaron, entre otras cosas, la fama efímera de un exótico cantante sudcoreano de pop que con el nombre real de Park Jaesang y el pesudónimo de Psy (apócope de psycho), vino a ocupar ese lugar tan necesario para la mente occidental: el del extraño, el extranjero, el otro que se ofrece o se toma para la examinación y el estudio —más que para poner a prueba las categorías con que usualmente pensamos lo que de algún modo nos excede y nos sobrepasa, nos es ajeno, para fortalecerlas y volverlas inmunes al cuestionamiento y la crítica.

En este caso Psy nos presenta —en el éxito con que su regordete rostro circula en todo el mundo, “Gangnam Style", una versión estilizada de una fragmento muy específico de la realidad contemporánea de Corea del Sur: la que viven las clases medias, la exageración de su kitsch y el dispendio aspiracional que se permiten gracias al crédito bancario que en el país alcanza niveles poco vistos en otros lugares o situaciones.

En efecto: de acuerdo con datos que Max Fisher proporciona en The Atlantic, en 2010 un hogar sudcoreano promedio obtenía un 155% de su ingreso disponible de una tarjeta de crédito (de las cuales un adulto poseía, también en promedio, casi 5). Alentado en algunos aspectos por el gobierno mismo, este proceso se relaciona además con otro de corte ideológico, psicológico incluso, que enaltece ese sistema de valores netamente capitalista en que el trabajo duro se alienta con la promesa de obtener posesiones materiales (estímulo en el que justamente nace la aspiración de tener y aun de ser lo que no se tiene y no se es en ese momento).

Y es que recordemos que, de algún modo, Corea del Sur es el hermano bueno de las dos Coreas, el democrático, el capitalista, el que profesa la fe del libre mercado y tiene amistad con las potencias de Occidente.

En este sentido, no parece casualidad que sea Occidente también el que unja con la gracia de la celebridad —en beneficio propio, por supuesto— a un personaje como Psy, un hombre de mediana edad que se pasea entre establos de caballos y jóvenes mujeres ejercitándose, edificios suntuosos y carros de lujo, colores pastel y ropas perfectas.

Gangnam es el nombre de un reputado barrio de Seúl, una reducción absurda de la quintaesencia clasemediera, que encuentra en el consumo y la ostentación, en los pilates y el tiempo libre gastado en un lugar público y visible como una cafetería (“Las cafeterías se han convertido en el lugar donde la gente va a ser vista y gastar cantidades de dinero ridículas”, dice al respecto Adrian Hong, especialista en cultura sudcoreana).

Con todo, la escenificación de Psy pasa, justamente por esa caricaturización, por ser una burla a ese estilo de vida. Subrepticiamente el hombre pasa por el filtro del sarcasmo y el ridículo la ilusoria cotidianidad en que un grupo —que se encuentra en la capital coreana, pero encuentra réplicas en muchos otros puntos del planeta— sostiene a base de firmas y tarjeta plásticas pasadas por un lector.

Con información de The Atlantic