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¿Si me obligan a elegir por qué el menú trae solo 2 opciones? Hemos sido programados para ser tomadores de decisiones y, sin embargo, se nos oculta el 99% del menú.

 zoom de ojos representando la dualidad

Occidente atrapado en su propia realidad

Históricamente la cultura occidental ha alimentado a un enemigo que forma parte de su esencia misma. Me refiero a la bifurcación absoluta, a la franca dualidad como herramienta fundamental para decodificar la realidad: On/Off, Sí/No (el dualismo cartesiano). 

Más allá de otros muchos vicios que la filosofía de Occidente ha manifestado (por ejemplo, el materialismo), parece que esta dualidad absolutista es responsable de haber literalmente encerrado el pensamiento de esta cultura –como un vertiginoso loop que recuerda a las rondas circulares que dibuja un felino dentro de una jaula. Así, algo es o no es, fui o no fui, soy soltero o casado, me gusta o no me gusta la música pop, tienes o no tienes la razón, algo es verdad o es mentira, etc.

Llevando esta premisa un paso más allá, no se puede concebir la existencia de un algo si no logro ubicar su opuesto diametral –y aquí podemos remitirnos a la dialéctica de Hegel, toda tesis ‘debe’ tener una antítesis y esta relación confluye en una síntesis, que a la vez representará la tesis de algo más y por ende estará obligada a tener su propia antítesis (y así sucesivamente hasta un infinito constreñido).

Este modelo de interpretación nos acorrala, mediante una bifurcación omnipresente, y nos obliga a estar permanentemente decidiendo aún sin importar que la mayoría de nuestras decisiones sean libertades simuladas –pues hay cartografías culturalmente impuestas, cuyos límites evitan que nuestras decisiones vayan más allá).

El código binario y la obligación de elegir en Internet

Entendiblemente cuando llegó el momento de desarrollar un código para generar nuevos planos de realidad, esta filosofía dualista fue desdoblada en el código binario (el mismo que ahora rige nuestra vida digital). En lugar de surfear la data sobre una exquisita lasagna de posibilidades desarrollamos, para relacionarnos con ella, un medio fundamentado en 0’s y 1’s –lo cual representa de algún modo la quintaesencia de la filosofía del On/Off.

Pero más allá de ese esqueleto binario, a partir del cual quizá podríamos haber desarrollado un medio esencialmente ‘posibilista’, lo cierto es que las computadoras, y en consecuencia la Red, tienden a predisponernos a estar permanentemente eligiendo. Y aquí me gustaría retomar el tercer capítulo (Choice) del libro Program or Be Programmed, el manual de emancipación digital escrito por Douglas Rushkoff y al cual nos hemos referido durante múltiples ocasiones en Pijama Surf. El tercer ‘mandamiento’ de este decálogo es: “Siempre podrás elegir ninguna de las opciones anteriormente mencionadas”, sobre lo que Rushkoff desarrolla: “En el plano digital todo se resume a decisiones. El medio está en sí orientado a lo discrecional. Y esto constantemente deja fuera cosas que no elegimos notar o documentar, y nos obliga a decidir incluso cuando no hay necesidad de hacerlo”.    

Para dar cualquier paso en este llano digital, desde prender o apagar una computadora, decidir si quieres o no salvar un archivo, comprar o no un libro, o contestar-declinar una llamada, debes elegir entre el menú binario. Esto refuerza nuestra programación sobre tener que decidir entre un espectro limitado y pre-configurado por alguien más (sea un programador, un ley científica, un dios tentativo, etc.), el rumbo de nuestra realidad.

Además, al enfrentarnos permanentemente a esta bifurcación, eligiendo una de las dos opciones, entonces generamos patrones de comportamiento (intereses, estilos de vida, horarios, ubicaciones geográficas) fácilmente detectables, y que pueden ser procesados por simples algoritmos para hacernos predecibles –y aquí nos remitimos una vez más a la ilusión de la libertad que nos plantea el consumismo: tú crees que eres distinto o que estás forjando una identidad propia al elegir entre una u otra marca, entre este o aquel modelo, pero en realidad se trata del mismo menú.

Entonces, de acuerdo a lo que concluye Rushkoff, hay que estar alerta sobre cómo influye este modelo digital plagado de decisiones, miles de puntos sucesivos en donde el usuario debe hacer una elección; posteriormente hay que tratar de entenderlo y observar cómo afecta nuestra forma de vida e inclusive nuestros mecanismos cognitivos: la tendencia apunta a programarnos para tomar decisiones que simulan una libertad total pero que en realidad es un menú acotado (recordemos que entre el sí y el no, existen, literalmente, millones de posibilidades que generalmente se nos ocultan de la mesa). 

Cuántica y budismo (con el gato de Schrödinger como mascota favorita) VS Dualismo

Con el surgimiento de la vertiente cuántica en la ciencia, cuyos fundamentos técnicos ignoro pero a la vez creo que con su esencia podemos relacionarnos de una forma casi intuitiva, el viejo sendero de la omnipresencia bifurcada sufre una  catártica implosión y revela, cual flor cuando florece, el alma universal como algo sustentado en infinitas posibilidades y no en determinaciones racionales. Es decir, el universo resuena con el ‘tal vez’ y no con el sí/no.

De acuerdo con Robert Anton Wilson (una de las mentes predilectas en la realidad Pijama Surf), nos programamos semánticamente desde hace miles de años a tributar esta bifurcación. Sin embargo, a diferencia de Oriente, que hace más de 2500 años fue capaz de liberarse (de la mano del budismo) mediante una especie de relativismo sagrado, en Occidente decidimos rendirle culto al modelo realista/excluyente, adoptando filosofías cuya naturaleza dependen de él. Al cambiar el ‘algo es o no es’ por el ‘algo puede o no ser’, Oriente hackeó el loop. 

En este modelo solo hay dos posibilidades. Por lo tanto tiene que ser derecha o izquierda, verdadero o falso. Y es terriblemente shockeante cuando descubrimos algo que Oriente descubrió hace 2,500 años, y que la ciencia moderna recien descubrió en el siglo XX; me refiero a que una gran porción del universo depende de los ‘quizás’, y que existen muy pocas cosas que podemos definir en términos de si’s y no’s. Puede reducirlo todo si estas sentado discutiendo sobre filosofía abstracta, pero cuando estas lidiando con el mundo real es muy difícil forzarlo a embonar con el Si/No. Los que son muy buenos para esto son los gobiernos totalitarios, y lo ejercitan al disparar a cualquiera que se guíe por los ‘quizás’ […] También encontraremos que la mayoría de las religiones se basan en este modelo y son las que curiosamente han ido a guerra cada vez que tienen la oportunidad.” [1]

Y en alusión a la película Matrix (1999), no puedo dejar de preguntarme por qué Morpheus solo da dos opciones a Neo (la píldora roja o la azul) –y supuestamente la roja es la puerta de salida de la matriz. Pero al igual que la única salida posible de un laberinto no es la entrada (o salida), sino el centro, la única posibilidad de que Neo se liberase en realidad estaba en quedarse callado ante la bifurcación que se le presentaba (el silencio como ángel liberador), o tal vez incluso elegir combinar las dos o, por qué no, devorar una de las manos de Morpheus. En este sentido si bien Matrix me parece una película loable, que introdujo en millones de personas una cierta inquietud por salir de la caverna platónica, también creo que su narrativa no logró emanciparse (quizá como el preso que ayuda a otros a saltar la barda pero que al final no logra consumar su propio escape).

Actualmente cada vez más físicos apoyan un modelo que plantea la coexistencia entre infinito de universos. De esta interpretación emergen dos posturas. La primera afirma que a partir de un mar de universos posibles, existe uno que se colapsa (siendo precisamente el que percibimos durante un instante determinado) mientras que el resto representa la infinidad de posibilidades que pudieron concretarse. La segunda postura apuesta a que todas las posibilidades se concretan simultáneamente, solo que se manifiestan en distintas regiones del súper-espacio.  Pero cualquiera de estas opciones toma en cuenta a la posibilidad como la unidad máxima de la materia prima universal. Y aquí surge la famosa paradoja del Gato de Schrödinger, quien probó que en el reino de la cuántica puedes afirmar que un gato está vivo y al mismo tiempo está muerto (siendo ambas afirmaciones verdaderas de manera simultánea). Lo cual contradice flagrantemente la lógica tradicional.  

Por cierto, creo que un aspecto interesante de este fenómeno psicocultural tiene que ver con la comodidad. Y es que si bien el dualismo cartesiano es conflictivo, también se encuentra amoldado al sistema racional que utilizamos para mediar con la realidad. Por eso, en cuanto se comienzan a contemplar infinitas posibilidades en cada pixel de nuestra existencia, el proceso puede ser angustiante: la seguridad del tradicional On/Off nos abandona y esa sensación puede desquiciarnos. Pero también parece que la única salida de la prisión es utilizando los propios barrotes. Es decir, a través de la razón podemos emanciparnos de la dualidad cartesiana. Aquí entran en escena unos apasionantes elementos: las paradojas.

Entre koans y paradojas

Dentro del pensamiento occidental existen unos seres maravillosos, o tal vez sean instantes y no entidades, que conocemos como paradojas. Básicamente se trata de espontáneos cortoscircuitos que aparecen para interrumpir la linealidad racional –como una suerte de exquisitas micro-pruebas que evidencian los límites de la lógica (por ejemplo la frase 'todo lo que digo es mentira'). En el momento que logras hacer converger dos líneas de pensamiento que, en lugar de sucederse racionalmente, colisionan y se contradicen, aun siendo ambas válidas, entonces estás generando una pequeña grieta en la matriz.  

En cuanto al pensamiento oriental, que en algún momento optó por modelos circulares o cíclicos en lugar de lineales, que hasta cierto punto privilegió la esencia femenina al momento de establecer su estructura, y cuya naturaleza no esta diseñada para perseguir la hegemonía, las paradojas tienen un equivalente mucho menos disruptivo (pues fluyen en forma orgánica con el caudal interpretativo). Un precioso ejemplo de lo anterior son los koans.  

Técnicamente los koans son afirmaciones o interrogantes diseñadas para, envueltos en una poética estética, generar una ‘gran duda’ que permita al individuo ‘desloopearse’ –en otras palabras alcanzar el centro de su propio laberinto, para de ahí propulsarse a la unidad perfecta (lo que popularmente se conoce como iluminación). Literalmente este término significa ‘caso público’, y en la práctica se emplea por maestros para medir la evolución de sus alumnos (sobre todo entre aquellos dedicados al Zen).  

Siendo occidentales un koan nos obliga a ubicarnos en una perspectiva relativista, o mejor dicho cuántica, ya que están configurados para no depender de una sola respuesta o interpretación. Cuando un koan expresa una pregunta esta tiene tiene infinitas respuestas (pues dependen de las circunstancias que definen la realidad del alumno o de aquel que intenta responderla). Esto nos remite nuevamente a la esencia de tradiciones como el budismo o el taoísmo, en las que la realidad se define simplemente como el aquí y el ahora de la persona en cuestión. En síntesis, la respuesta a un koan debe florecer a partir del contexto específico en el que te encuentras pues no existe una respuesta ‘cierta’ de manera general.

Cuando dos manos aplauden se produce un sonido. ¿Cuál es el sonido de una sola mano?

¿Tiene también un perro naturaleza búdica?

Conclusión

Plantear una conclusión exclusiva para este texto equivaldría a aceptar que no entendí nada de lo que acabo de escribir (lo cual tampoco descarto). Pero evidentemente no puede haber solo una conclusión, ni dos, ni seis, sino que cada quien extraerá de él lo que más beneficie su propia secuencia de universos colapsados (para emplear un poco-ortodoxo slang cuántico).

En cambio, lo que puedo compartirte desde mi experiencia personal es que haber destapado la posibilidad de que el universo esté entretejido a partir de posibilidades, ha sido una de las experiencias más estimulantes con las que me he encontrado: el mapa no es el territorio. Por lo tanto la única brújula posible para navegar el multiverso es la congruencia, pues a través de ella nosotros mismos generamos una continuidad narrativa y no dejamos esa labor, la más maravillosa que nos fue dada, a un sistema particular de pensamiento.  

Y si bien por momentos me resulta un tanto angustiante no tener un par de cómodas muletas (sí/no) para transitar el camino universal, lo cierto es que también me ha dado una enorme tranquilidad confirmar que jamás ha existido una respuesta exclusiva a cualquiera de las interrogantes existenciales que me he planteado, que jamás he cometido un error o un acierto, y que no soy algo o alguien (pero que tampoco por ello dejo de serlo).

Bienvenidos seamos todos al infinito reino del 'quizá'.

Twitter del autor: @ParadoxeParadis