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Jean-Joseph Renucci recrea escenas en que objetos y situaciones cotidianas —la flama de una estufa, un par de líneas de cocaína, el doble cañón de una escopeta— se convierten en el mundo de pequeñas personas que con sus acciones simulan poner en marcha nuestra realidad.

La miniatura es una especie de tentación, una fantasía que se quisiera posible, múltiples e innumerables mundos habitando secretamente en los intersticios y los recovecos más escondidos de este que llamamos nuestro, poblados por personajes y creaturas diminutas realizando las tareas necesarias para que, conforme se asciende en las dimensiones, parezca que la realidad está viva y en movimiento.

Si esto es cierto, las fotografías del francés Jean-Joseph Renucci nos invitan a considerar los objetos más habituales de nuestra realidad cotidiana como componentes mayúsculos de un mundo reducido, en el que pequeños seres interactúan con estas piezas modificando su sentido y su significado a partir de las proporciones minúsculas de sus cuerpos plásticos.

Sorprende y al mismo tiempo parece totalmente lógico (según esa lógica desaforada que se impone cuando admitimos participar en el juego del fantaseo) que, por ejemplo, sean leñadores los que afilen la punta de un lápiz, o pescadores quienes intenten abrir una lata de sardinas, excursionistas que exploran un mapa que es también su territorio, una mucama que aspira con aspiradora unas líneas de cocaína, etc.

Al final, las fotografías parecen testimonios falsos de un mundo posible, avalados por esa certeza que somos capaces de generar cuando creemos que sobre esta realidad supuestamente absoluta e indivisa, pueden caber muchas otras visibles solo a los ojos de la imaginación y la fabulación artística.

En el sitio del autor, por cierto, estas imágenes vienen acompañadas de títulos irónicos, jocosos, que confirman lo dicho por Susan Sontag a propósito de la afición de Walter Benjamin por las miniaturas: "El amor a lo pequeño es una emoción de niño".

[Faith Is Torment]