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El 3 de julio de 1883 nació Franz Kafka, uno de los escritores que más influencia han tenido en la literatura moderna, especialmente en la concepción de mundos que son alegorías de otros mundos y en la conciencia de lo absurdo

Hoy hace 129 años nació Franz Kafka en Praga, uno de los escritores que más ha transformado la conciencia literaria en el último siglo.  Este  arisco y lacónico escritor de origen judío  se ha ganado como nadie acuñar en la mente popular un adjetivo derivado de su nombre: lo "kafkiano",  usado para describir, paradójicamente, una sensación casi indescriptible, que raya en lo absurdo y en lo perturbador pero que parece también aludir a una sentido metáfisico oculto, del cual nuestras vidas son una apesadumbrada alegoría.  

Aunque La metamofosis es probablemente su novela más popular, al ser más fácil de leer y con un tema que ha, con su sorprendente inicio, influido radicalmente en el realismo mágico (la transformación abrupta y alegórica de  un hombre en un insecto de la noche a la mañana), El proceso y El Castillo deben de ser sus obras más importantes. Comparten una temática fundamental, escribe  Roberto Calasso en su libro K:

El proceso y El Castillo son historias en las que se trata de concluir una diligencia: deshacerse de un procedimiento penal, confirmar un nombramiento. El punto en torno al cual gira todo es siempre la elección,, el misterio de la elección, su oscuridad impenetrable. En  El Castillo, K. quiere la elección y esto complica infinitamente todo acto. En El proceso, Josef K. quiere sustraerse a una elección, y esto complica infinitamente todo acto. Ser elegidos, ser condenados: dos modalidades del mismo procedimiento... El elegido y el condenado son los escogidos, aquellos que son separados de entre la multitud, de entre todos. Este aislamiento es el origen de la angustia que los constriñe, cualquiera que sea su suerte.

Este particular entendimiento de un sistema metafísico que parece regir la realidad y la moralidad, penetró en la mente de Kafka, al parecer en diciembre de 1910, en "un período sombrío y esteril" en el que sin poder escribir, registró "Oigo permanentemente una invocación. 'Oh, si tu vinieras, tribunal invisible'". Aquí tal vez yace el momento clave de a enigmática existencia literaria de Franz Kafka. Explica Calasso:

El mismo Kafka, cuando en su desolación se permitió invocar una entidad denominada "tribunal invisible", no pedía otra cosa sino ponerse en manos del tribunal y del Castillo, incluso sabiendo lo que le esperaba. Pero sospechaba que sólo mediante aquellos tormentos alcanzaría la vida que le sería negada de otro modo.

Elías Canetti observa que "Kafka es, entre todos los escritores, el mayor experto en el poder, en la potencia". Es decir en el poder indeterminado e ilimitado, que abarca todas cosas. Su máxima virtud como escritor es representar metafóricamente esa potencia aún no disociada, inabarcable, en una estructura de poder con la cual nos podemos relacionar. Un tribunal y un castillo que se parecen lo suficiente a nuestro tribunales y a nuestros castillos para que podamos vincularnos con una narrativa existencialista del poder pero difieren lo suficiente para mostrarnos el enigma de esa potencia celeste incomprensible (aquella, esboza Calasso, de los Arcontes, del "soberano saturnal", la burocracía metafísica).  

Como regalo adicional, Calasso, el gran lector del ocultismo en la literatura clásica, identifica una joya literaria en la que Kafka alude  a la magia, la cual concibe esencialmente como un lenguaje que opera sobre el mundo: 

"Es perfectamente imaginable que la magnificiencia de la vida esté dispuesta, siempre en toda plenitud, alrededor de cada uno, pero cubierta de un velo, en las profundidades, invisible, muy lejos. Sin embargo está ahí, no hostil, no a disgusto, no sorda, viene si uno  la llama con la palabra correcta, por su nombre correcto. Es la esencia de la magia, que no crea, sino llama" 

Y por último, uno de los momento más insondables y atrapantes de la obra de Kafka,  la párabola del hombre "Ante la Ley", narrada por Orson Welles en su película El Proceso --según el director de Ciudadano Kane, la mejor que jamás hizo. Un hombre, que podría ser K. se enfrenta con un destino inexorable que a la vez es elusivo, una frustración de proporciones cósmicas: una elección, para no ser admitido al reino de la ley,  que es en su reverso idéntico una condena, una culpa originaria.

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.

-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.

Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.

-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.

-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?

El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:

-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.