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¿Qué sucedería si todos saliéramos a la calle ataviados con nuestra pijama? ¿Daríamos vida a una risueña orgía de intercambio lúdico y fraternidad comunitaria, o terminaríamos por convertirnos en una tribu de descuidados holgazanes?

 pijamas

Si tuviera que imaginar una especie de shangri-la utópico, una comundidad efusivamente armonizada, plagada de sonrisas holográficas, sus habitantes no vestirían nada más que su original desnudez y pijamas —siendo el clima el criterio para decidir cuándo una y cuándo la otra. La pijama es una prenda peculiar que se desliza plácidamente  entre los límites de la confianza,  la metafísica y la intimidad. Y antes de detallar la invitación que hago en el título de este artículo, me gustaría recorrer brevemente cada una de las tres facetas que caracterizan este atuendo con el cual millones de personas duermen y, sobre todo, sueñan.

La comodidad

La pijama está considerada como una prenda esencialmente cómoda que se encuentra ligada a un concepto altamente valorado dentro de la realidad humana: la intimidad. Y tal vez por eso mismo es que 'las buenas costumbres' sugieren que es poco adecuada para interactuar con el mundo ajeno, de hecho, incluso se han diseñado otras prendas, como por ejemplo las batas de dormir, que permitan establecer un velo protector entre la pijama y la mirada de un 'otro' ajeno a la rutina hogareña. La comodidad que distingue a las pijamas —sean de seda, franela, algodón o algún otro material— pareciera que busca favorecer la ligereza que el cuerpo requiere para introducirse al plano de lo onírico. Recordemos que, en cierto sentido, la mayor virtud de algo cómodo es existir sin hacerse presente, o garantizar un cierto estado para que nuestra mente o cuerpo se despreocupen y puedan enfocarse en algo más. 

La metafísica

Ya en un plano más abstracto, la pijama representa el último contacto con un elemento material, previo a nuestra introducción a un mundo etéreo. De algún modo en ella convergen las dos realidades que definen cada uno de nuestros días: el despierto/dormido. Pero también la pijama puede representar una especie de ancla, un recordatorio de que por más lejos que nos lleve nuestro recorrido durante los sueños, aún tenemos cosas que resolver en este plano —de hecho en varias culturas se representaba a los muertos desnudos, sin prenda alguna, como muestra de que ya no mantenían ataduras a este mundo. Por otro lado, y aludiendo al concepto de intimidad que mencionamos anteriormente, la pijama es el atuendo que muchos elegimos para ingresar a ese espacio que tratamos de mantener inviolable, el jardín secreto, el cual podría ser una representación del inconsciente y si tomamos en cuenta que el carnaval de este archivo oculto de información personal se libera durante los sueños, entonces la analogía cobra aún más sentido. 

La sensualidad 

Tradicionalmente asociamos la alcoba, y en particular la cama con el intercambio sexual. Lo anterior queda en evidencia con frases como "la llevé a la cama" o "dormí con él". Y es precisamente en ese espacio en el cual portamos con mayor frecuencia nuestra pijama. Quizá esta asociación contribuye a que las pijamas irradien un cierto halo de sensualidad, especialmente en el caso de las mujeres, ya que su intimidad es culturalmente más codiciada —por estar ligada a la inocencia— y a ellas se han dedicado mayores esmeros en la manufactura de estas prendas (para constatarlo basta observar un lindo camisón de seda o sentir otros angelicales modelos). Pero una vez más esta asociación de sensualidad también se remite a lo íntimo, una simbolización de las múltiples aduanas superadas para llegar a ese punto en el que te encuentras con una mujer en pijama, lo cual sugiere la posibilidad de entablar con ella el más íntimo de los diálogos corporales.

En cuanto a la invitación de salir a la calle en pijama es una acción que, como cualquier otra, conlleva múltiples consecuencias. Por un lado, y promovido entre los disidentes a esta iniciativa, se encuentra el argumento de que andar 'empijamado' puede interpretarse como un gesto poco cortés frente a los demás, asociado a un supuesto desinterés que nos inspira la otredad e incluso a un estado de pereza existencial. Sin embargo, en mi opinión, abrazar esta perspectiva resulta de una respuesta inconsciente al adoctrinamiento que las 'buenas costumbres' imprimieron en nosotros. De hecho existen lugares que han avalado ciertas restricciones para el uso de pijama: en Dublín, por ejemplo, no se puede acudir con esta prenda a la escuela, en Shangai las autoridades prohibieron el uso de pijama en exteriores ante la gran popularidad de este atuendo entre sus habitantes y en Louisiana se pretende prohibirla del todo en cualquier espacio público. 

Del otro lado de la balanza podríamos argumentar que la pijama favorece un intercambio más genuino o al menos honesto entre una persona y el resto de los miembros de su sociedad. Si tomamos en cuenta que lo que vistes influye en tu percepción de las cosas, ello sugiere que esta práctica favorecería una probable relajación de la nefasta práctica de relacionarnos por medio de juicios socioculturales. Además, si sumamos el aspecto de la comodidad al inevitable sentido lúdico que implica interactuar con un extraño ataviados ambos en pijama, entonces hay razones para creer que esta moda onírica incentivaría la imaginación compartida, promoviendo así un espíritu comunitario en torno a la creatividad. Finalmente, al exponer nuestro fashion onírico no solo fortaleceríamos una relación de confianza con los demás al permitirles un vistazo a los rincones de nuestra 'intimidad', también podríamos gestar una interacción más sensible, incluso sexy, entre los miembros de una comunidad.

En síntesis este no es un llamado simplemente a salir con tu pijama y replicar la vida que has llevado hasta ahora. En realidad me refiero a dar vida a una nueva generación de pijamanautas, personas comprometidas con la entonación colectiva y que ejercen la convicción de que el engranaje social necesita, de manera urgente, una considerable dosis de un ingrediente que por momentos parece un tanto devaluado: la imaginación. 

 Twitter del autor: @paradoxeparadis – Lucio Montlune