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La visión suprema del Aleph, de la totalidad del universo en un punto, también ocurrió memorablemente en la tradición hinduista: en la boca estrellada del malcriado y divino Krishna. Acaso porque, mirando atentamente, el Aleph está en todas partes.

En su obra literaria Jorge Luis Borges buscó reiteradamente una metáfora para representar la totalidad del universo o la misteriosa unidad que subyace a todas las cosas, en un punto, en una palabra. Borges, como el gran comentador de la literatura mística que fue, nos compartió una serie de metáforas que encontró en sus lecturas: el Pájaro Simurg (un ave fractal compuesta de numerosas aves --de todas las aves-- que son individualmente las plumas de un supraorganismo que simula la divinidad), el círculo cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna o la biblioteca cuyos infinito anaqueles evocan a la memoria universal o Akasha, etc.

Pero entre todas estas metáforas para representar lo inconmensurable, la que más se ha implantado, como una semilla mandálica en el centro de nuestra conciencia colectiva, es el Aleph. La radiante primera letra del alfabeto hebreo --que no puede ser articulada pero encierra todo lo articulado-- transformada en una esfera tornasol de un diámetro de dos o tres centímetros en la que cabía, sin superponerse, la totalidad del espacio cósmico. La narración de Borges de este episodio pasará a la historia de la literatura como uno de sus momentos inmortales: la descripción lineal de aquello que es simultáneo, eterno, omnidireccional, pese a la limitación del lenguaje, logra transmitir la sensación culmen del misticismo de todas las épocas: el satori, la Red de Perlas de Indra, el holograma. Una experienca que fundamentalmente revela que en cada parte del universo está el universo entero --Hamlet había visto el espacio infinito en una cáscara de nuez; Blake vio el cielo en una flor, el mundo en un grano de arena.

Quizás la descripción más parecida al instante del Aleph de Borges, es la que recoge el hinduísmo. La suprema personalidad de Vishnu tiene su octavo avatar en un niño cuya alegría rebosante produce lo mismo dolores de cabeza que visiones divinas --especialmente a las mujeres--: Krishna, pastor de vacas. Yosada, la madre, sufría de las travesuras de este supremo niño azulado "aquel que por donde pasa desaparece la crema". Una vez unos niños acusaron a Krishna con Yosada de "hociquear la tierra y comer la basura como si fuera un cerdo". Yosada empezaba a reprender a Krishna cuando éste, con su sublime picardía, le dijo "Es mentira, mamá; si no me crees miráme la boca". A continuación la descripción que hace Calasso de este mítico momento en su maravillosa obra Ka:

La madre vio abrirse aquellos pequeños labios, cuyas grietas conocía una a una. Yasoda bajó la mirada para escrutar el paladar de su hijo y encontró una inmensa bóveda estrellada que la chupaba. Yasoda viajaba, volaba. Donde hubiera estado el fondo de su garganta se erguia el Monte Meru, sembrado de infinitos bosques. A su lado se veían islas, que quizás eran corrientes, y lagos, que quizás eran océanos. Yasoda respiraba con una tranquilidad desconocida, como si por primera vez saliera el aire libre a través de la boca de su hijo. La visión que más le cautivó fue la rueda del Zodiaco: rodeaba el mundo oblicuamente, como una faja jaspeada. Yadosa fue aún más allá. Vio la oscilación de la mente, su mutabilidad lunar, sus brincos de mono de una rama a otra del universo. Vio cómo los tres hilos de los que toda sustancia está hecha se enrollaban en ovillos, de los que nacían otros ovillos. Al fondo, vio el pueblo de Gokula, reconoció sus callejones, las ensambladuras de las piedras, las carretas, los manantiales de agua, las flores macilentas. Y finalmente se vio a sí misma, en una calle, mirando la boca de un niño.

Una visión suprema, magna psicodelia, el desdoblamiento astral de la divinidad que se ve a sí misma soñando... en su madre, a la cual libera del mundo con una visión de la mente que crea al mundo. La lección aquí, además de la poesía transpersonal, es que el Aleph lo mismo se encuentra en el sótano de un escritor argentino que en la boca de un niño malcriado que come tierra que  en el veneno de un sapo luminoso; o, como la divinidad de Phillip K. Dick, en la basura: "El Dios verdadero se mimetiza con el universo, esa misma región que ha invadido: toma la forma de los árboles, varas y latas de cerveza en las alcantarillas -- presume ser la basura desechada, los escombros que pasan desapercibidos. Acechando, el Dios verdadero literalmente embosca la realidad y a nosotros también", (VALIS). Es decir, esta divinidad holográfica que percibimos en una teofanía como la del Aleph, en realidad está en todas partes, porque es el espacio mismo en el que pensamos sobre ella y pensamos sobre nos-otros, los mismos. Solo en este caso el mapa es el territorio: es el universo. 

Y si tú aún no has visto tu Aleph, no te arredres porque:

La firme trama es de incesante hierro,

pero en algún recodo de tu encierro

puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha.

Pero en las grietas está Dios, que acecha.

Jorge Luis Borges, Para una versión del I King.