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¿Por qué creer que los autistas tienen superpoderes? A propósito de la serie Touch

Por: Jimena O. - 01/31/2012

El reciente estreno de la serie Touch nos hace preguntarnos por qué esta obsesión por imputarle algún tipo de compensación sobrehumana a personas que padecen una condición médica como el autismo.

Estos días la cadena FOX estrenó una serie de nombre Touch que cuenta, de entrada, con dos atractivos: el primero, que el responsable de su creación es Tim Kring, cuyo último producto atractivo y más o menos exitoso fue Heroes; por otro lado, esta nueva serie cuenta en su papel protagónico con la actuación de Kiefer Sutherland, quien hace unos años ganó reconocimiento por su actuación en 24.

Touch trata, grosso modo, de un periodista que tras perder a su esposa en los atentados del 11 de septiembre, tiene que hacerse cargo de tiempo completo de su hijo autista. El niño, sin embargo, no es un autista común, sino que detrás de su condición esconde el talento sobrehumano de predecir el futuro y ver con increíble claridad las conexiones secretas entre las personas. El niño define de esta manera su habilidad:

El ratio es siempre el mismo 1 a 1.618 una y otra y otra vez. Los patrones están escondidos a plena luz. Solo hay que saber dónde mirar. Cosas que la mayoría de las personas ven como caos en realidad siguen sutiles leyes de comportamiento. Galaxias, plantas, conchas marinas. Los patrones nunca mienten pero solo algunos de nosotros podemos ver cómo encajan las piezas. En este pequeño planeta vivimos 7,080,360,000 personas. Esta es la historia de algunas de esas personas.

Hay un antiguo mito chino sobre el Hilo Rojo del Destino. Dice que los dioses han atado un hilo rojo alrededor de uno de nuestros tobillos y lo han unido a las personas cuyas vidas estamos destinadas a tocar. Este hilo puede estirarse o enmarañarse, pero nunca se romperá. Todo está predeterminado por las probabilidades matemáticas, y es mi tarea hacer el seguimiento de esos números, para hacer las conexiones para aquellos que necesitan encontrarse, aquellos cuyas vidas necesitan tocarse.

Nací hace 4,161 días, el 26 de octubre de 2000. Llevo vivo 11 años, 4 meses, 21 días y 14 horas. Y en todo ese tiempo nunca he dicho ni una sola palabra.

Ahora bien, es cierto que esta es una ficción televisiva, un intento por dar otro sentido a una realidad existente y para muchas personas dolorosa. Y es justamente esto lo que la convierte en un asunto digno de atención, pues muchas veces en las metáforas de una sociedad, en sus esfuerzos por imputar un significado trascendente a un hecho que, intuye, en sí mismo no lo tiene, pueden encontrarse los miedos de dicha sociedad, sus dudas, sus temores, aquello ante lo cual prefiere poner una mampara o una pared que evite la vista de lo que realmente sucede.

Charlie Jane Anders se pregunta entonces, relacionando esto con la serie Touch, ¿por qué se alimenta la idea de que los autistas tienen superpoderes? Desde cierta perspectiva esta creencia es francamente superficial e incluso peligrosa. De entrada puede generar la creencia de que todo autista es un savant, una de esas personas de talentos tanto más increíbles cuanto inusual es su condición. Por otro lado, hay quienes como Steve Silberman, columnista en Wired que está por publicar un libro sobre el autismo, opinan que una serie como esta podría renovar la creencia en el “buen salvaje” de la filosofía ilustrada que se encuentra a medio camino de la moralidad y la epistemología, motivo de compasión pero también de conocimiento.

Además, Silberman añade una lectura cercana a la antropología de los mitos y asegura que el autista podría tomar también el lugar del personaje que redime al héroe de la historia, que cataliza su acción, que es imprescindible en su discreta participación para que el protagonista cumpla con sus designios últimos. El autista sería en este sentido un medio de acción pero también de conocimiento personal, una especie de vehículo socrático para entender la razón de ser de otra persona.

En la misma tónica podemos citar otra de las opiniones solicitadas por Anders en la que se señala la tendencia más o menos común a no aceptar la diferencia en otras personas, a creer que una de las llamadas discapacidades tiene que venir acompañada, forzosamente, de una compensación, como si la vida o el universo se rigieran por un sentido de balance o de justicia equitativa que da algo a quien quita otra cosa (y de esto igualmente podrían encontrarse raíces remota, por ejemplo, en la mitología griega, donde los dioses otorgaban algún don pero quitaban algo a cambio).

Pero, como decíamos, todas estas metáforas quizá estén ahí solo para enmascarar una realidad mucho más cruda, mucho más pobre, mucho más real. Por ejemplo, que una enfermedad es solo eso: dolor, sufrimiento, sin ninguna circunstancia positiva en torno suyo (al menos no en ese momento). Esconder, quizá, que a un niño autista no le importa nada de toda la atención que pone el mundo en su bienestar. 

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