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¿Qué tanto sentido tiene defender el uso rigorista de la palabra "bizarro" si sabemos no solo que una lengua está viva y en movimiento, sino que, en todos los casos, es el resultado de un equívoco que solo la ingenuidad convierte en pureza?

Y el reproche era particularmente estúpido, porque esas palabras francesas que nos enorgullecen tanto no son otra cosa que vicios de pronunciación producidos por bocas galas que pronunciaban equivocadamente el latín o el sajón, ya que nuestra lengua no es más que la pronunciación defectuosa de otras.

Proust, en Sodoma y Gomorra

Los lectores asiduos de Pijama Surf sabemos que en sus artículos es más o menos frecuente encontrar la palabra “bizarro” utilizada justo en la forma que la Real Academia Española desaconseja, un uso que, por otra parte, no es exclusivo de esta página ni de Internet y el cual, me atrevo a asegurar, es un poco anterior al de la masificación de la Red entre los hispanohablantes.

En efecto, dice la RAE, en su Diccionario Panhispánico de Dudas (s. v. bizarro -rra.):

En español significa ‘valiente, esforzado’ […]. Debe evitarse su empleo con el sentido de ‘raro o extravagante’, calco semántico censurable del francés o del inglés bizarre […]. Tampoco debe emplearse bizarría con el sentido de ‘rareza o extravagancia’.

Así se expresa la Academia, institución conservadora donde las haya (que además se da el lujo de adjetivar como “censurable” un “calco semántico” que nada tiene de moral o inmoral), dando pie a que unas cuantas personas enfermas de rigorismo vayan por el mundo repitiendo la sentencia o el diagnóstico, sin entender no solo que la lengua está viva y en movimiento, sino que, como dice Proust en las líneas puestas como epígrafe, eso que llamamos nuestra lengua y que a veces defendemos denodada pero trivialmente es, en última instancia, el resultado de uno o muchos equívocos, la suma de cientos o miles de errores, trasposiciones, malos entendidos, resultantes en una pureza bastarda que solo nuestro apego maquinal a una autoridad que creemos depositaria de un saber que nos parece inaccesible mantiene incuestionable.

¿Qué con que bizarro no signifique, de momento, extraño y sí valiente? ¿Quienes defienden este uso dictado por la Academia de veras dicen "bizarro" en vez de "valiente" en su vida cotidiana? ¿Y se hacen entender?

Yo, dicho sea de paso, no uso la palabra bizarro como sinónimo de raro, pero tampoco para decir valiente. Ni me creo Cervantes y, por el contrario, procuro que quienes me leen o me escuchan transiten por lo que digo sin muchos obstáculos en su camino. Asimismo, me gustaría que algún lingüista explicara pronto por qué una palabra prácticamente idéntica en al menos tres idiomas tiene en uno de ellos un significado tan disímil al que tiene en los otros dos. Hace tiempo, mientras pensaba en la posibilidad de redactar esta defensa, pensé que quizá el nexo podría encontrarse en la Italia renacentista, de donde el español y el francés tomaron palabras destinadas especialmente a la poesía y en una época en que el español era, después del italiano, un referente obligado en materia poética. Pero esta fue una ocurrencia nacida de mis lecturas, sin ninguna pretensión filológica.

Por otro lado, dejando ya esta digresión personal, parece probable que en unos años la RAE se vea forzada a recular y dar por bueno lo que ahora censura. En vista de la popularidad de esta palabra, de su uso sostenido durante al menos 20 años y, sobre todo, de la funcionalidad de su significado no oficial (en detrimento del otro, reservado desde su origen a la literatura y el manejo culto del lenguaje), parece previsible que asistamos a la inclusión de “raro o extravagante” como una de las acepciones de “bizarro”.

¿Qué harán entonces todos los que ahora se escandalizan por el sacrilegio anodino que se comete con el español a este respecto? ¿Asentir dócilmente a los mandatos de los señores académicos?

Quién sabe. Quizá escribo este texto menos para defender el uso pretendidamente incorrecto de una palabra que para entender esos insípidos lloriqueos. A propósito de los cuales, por cierto, quisiera recordar dos de los aforismos más certeros de G. C. Lichtenberg (ambos en traducción de Juan Villoro):

Desde siempre, descubrir pequeños errores es una actividad de cabezas mediocres. Las cabezas dotadas no hablan de pequeños errores y en todo caso hacen críticas generales. Los grandes espíritus crean sin criticar.

Y este otro, una versión más sucinta y por lo tanto más eficaz del anterior:

A lo más que puede llegar un mediocre es a descubrir los errores de quienes lo superan [también en versión de Mael Aglaia].

Si en este punto alguien se siente ofendido, qué lástima, porque no tengo ninguna intención de disculparme. Quod scripsi, etc.