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El amor crustáceo puede ser un evento digno de una refinada apreciación estética, para diletantes de la cópula subacuática

El sexo de los cangrejos a primera vista no parecería un episodio del más alto interés pero si se le añade a su amour una banda sonora digna de un drama hollywoodense y se escudriña minuciosamente sus movimientos copulatorios, destellos azules de sus armaduras en el fondo lacustre y el hipnótico bamboleo que inserta su semila, entonces cobra una dimensión de mayor notoriedad, que podríamos situar más en la poesía y en el arte que en el porno.

Estos cangrejos amoureaux pertenecen a la especie Portunus pelagicus y pasan casi toda su vida enterrados en la arena, pese a que son expertos nadadores. La escena capturada en el lago de Hamana, en Japón, culmina con una pincelada de sublime fantasmagoría crustácea, cuando, suponemos que después del climax, los cangrejos lentamente regresan al vientre de la Tierra, enterrándose satisfechos y desapareciendo del lecho  acuático.