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¿Deben los gobiernos desarrollar tecnología para leer la mente de las personas?

Por: Jimena O. - 11/21/2011

Parece inevitable que en los siguientes años se perfeccione la tecnología para leer el pensamiento de las personas, haciendo de esta tecnología el grial de la vigilancia y a la vez generando serias cuestiones de neuroética

El siglo 21 parece ser el siglo de la neurociencia. Si la lectura del genoma humano, el libro de la vida que escribe al hombre, fue uno de los descubrimientos científicos más importantes del siglo 20, probablemente la lectura de la mente y el desarrollo de un mapa de identidad neuronal (el equivalente al genoma pero del cerebro) será uno de los grandes acontecimientos de la ciencia de este siglo.

Hace tan sólo unas décadas que la ciencia pudiera leer la mente de un ser humano parecía algo confinado meramente al ámbito de la ciencia ficción. Hoy esto parece casi inevitable. En los últimos meses hemos visto científicos que componen un video con imágenes extraídas del cerebro de una persona; un equipo de investigadores de la Universidad de California, en Berkeley,  que logró traducir a imágenes los pensamientos de una persona que estaba conectada a una computadora, recreando las escenas que estaba solamente imaginando; investigadores de la Universidad de Princeton publicaron recientemente los resultados de un experimento en el que consiguieron traducir en palabras los pensamientos de cualquier persona; investigadores estadounidenses e investigadores japoneses, por otro lado, trabajan en desarrollar un dispositivo capaz de grabar los sueños de una persona; el genial neurocientífico Henry Makram se encuentra en una etapa relativamente avanzada en su proyecto Blue Brain, el cual busca recrear un cerebro humano artificial.

Si bien el proceso de desarrollar esta tecnología es bastante arduo ya que fundamentalmente se basa en identificar zonas del cerebro e incluso neuronas individuales que se activan cuando una persona siente algo y piensa en una palabra o en un concepto, lo cual supone la construcción de una especie de Google Earth del cerebro humano, parece que sólo es cuestión de tiempo para que la ciencia penetre la intimidad del ser humano.

"Mis pensamientos corren siempre libres. ¿Quién pudiera jamás adivinarlos?", dice una canción popular alemana, que encuentra, seguramente un equivalente en muchas otras culturas.  

Por milenios el ser humano ha asumido que tenía un fuero interno inviolable, su individualidad en buena medida estaba resguardada por la capacidad de pensar de manera privada y si bien podría ser un esclavo tenía la posibilidad de ser libre mentalmente. Aunque para algunos este fuero interno no era absolutamente privado, ya que según distintas creencias Dios o el universo (akasha) registraba todos los pensamientos de una persona, al menos tenían el beneficio de un secreto temporal, un espacio para construir, sublimar, transmutar, maquinar o rebelarse sin que la autoridad mundana pudiera interceder. Después de todo hay cierta justicia poética individual: si eres capaz de tramar algo y construir un discurso sin que nadie pueda adivinar tus motivos o penetrar el cariz de de tu pensamiento, hay cierto merecimiento en que te puedas salir con la tuya. Pero esto podría cambiar antes de lo te imaginas --y lo que imaginas podrá ser usado en tu contra-; actualmente ya existen casos en los que se admiten como evidencia resonancias magnéticas cerebrales en una corte en Estados Unidos.

¿Estamos cerca de vivir bajo la somba omnipresente de la policía del pensamiento que pesadillescamente imaginó Orwell? No hay duda que tecnología que permita leer el pensamiento de las personas -- por ejemplo, en un aeropuerto--le interesará de sobremanera a un gobierno como el de Estados Unidos. Y sin ir más lejos, tecnología que permita acceder a la mente de una persona que está siendo juzgada por algún crimen, seguramente será vista como algo positivo por el gobierno de Estados Unidos y quizás por muchos ciudadanos que podrían considerar esto como una herramienta insuperable en la administración de justicia. Pero el sólo hecho de admitir y aceptar como sociedad que se nos someta a un detector mental, bajo cualquier circunstancia que no sea voluntaria, pone en peligro la libertad más básica, o la última libertad, borrando las fronteras entre mente y Estado. 

La neurociencia al servicio del gobierno y la milicia representa uno de los grandes peligros que enfrentará el ser humano en los siguientes años, en la medida en que estas instituciones sigan controladas por poderes financieros elitistas (de manera levemente relacionada, el neuromarketing, al servicio de las grandes corporaciones, ya es una industria multimillonaria) . Por una parte, personas con suficiente capital y privilegio podrán seguramente aumentar sus capacidades --programando su genética y recurriendo a una interfaz neurocibernética-- y por otra las masas podrían ser sometidas a una perenne neurovigilancia e incluso a una programación mental vía hardware y software, donde, más allá de que se les lea el pensamiento, se les podría hackear. Si bien es temprano aún, el ciudadano común debe de empezar a ser consciente de las implicaciones que tiene esta tecnología --lo cual no significa que no debamos investigar y acceder a los secretos del cerebro humano (puerta también a los secretos del universo-- y oponerse a cualquier exigencia en este sentido. Tenemos que empezar a discutir neuroética y desarrollar mecanismos que puedan resistirse a una eventual violación psíquica. Leer el pensamiento de una persona a la cual le tienes cariño, o que ella te lo lea a ti, puede ser una de las grandes maravillas que ofrece este planeta sensorial, pero que sea el gobierno o un policía el que te lee la mente no es algo deseamos para nuestros hijos. De nuevo vemos en esto una tendencia en la que la tecnología suplanta la magia y aleja de la naturaleza. Los senderos podrían confluir, pero, en uso y en usura, parecen bifurcarse. Y lo que está en juego es el más preciado de todos los jardines, el jardín de la imaginación.

[CNN Blog]