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Más allá de considerar el sarcasmo una muestra de inteligencia o de mala educación, su uso y comprensión necesita habilidades cerebrales y sociales que pueden estudiarse científicamente.

El sarcasmo tiene una fama ambivalente que lo hace digno de aplauso o de repulsión. Para algunos el sarcasmo es signo de inteligencia, pero otros lo reducen al mal gusto o la mala educación. En cualquier caso, se trata de un recurso casi siempre orientado al humor que, bien utilizado, deja indiferentes únicamente a quienes no lo entienden.

Lo interesante es que últimamente el sarcasmo ha cobrado relevancia científica sobre todo en el ámbito de la neurociencia y la lingüística porque, según algunos especialistas, su uso y comprensión suponen habilidades cerebrales específicas, una especie de “trabajo extra” o “gimnasia” con los que obligamos a nuestro cerebro a desarrollar una mayor agudeza.

En cierta forma y a nivel cerebral, el sarcasmo no es para nada un asunto menor: si ya el lenguaje es un problema o fenómeno bastante portentoso, a esto se añaden esas situaciones en que una frase, un giro, una expresión a veces aparentemente inocentes se utilizan para virar completamente el sentido de otras dichas anteriormente, poniendo en juego no solo el valor figurativo de las palabras, sino también las pautas sociales necesarias para comprender ese súbito cambio de dirección en un discurso. Sobre esto escribe Richard Chin:

Las declaraciones sarcásticas son una suerte de mentira verdadera. Dices algo que no significas literalmente y la comunicación funciona como prevés solo si quien te escucha se da cuenta de que no eres sincero. El sarcasmo tiene una cualidad doble: es divertido y significante. Y esta naturaleza dual ha llevado a teorías contradictorias sobre por qué lo usamos.

En cuanto a estas teorías, hay quienes ven en el sarcasmo una práctica social ligada a las buenas maneras, una forma de criticar pero suavizando las posibles consecuencias de dicha crítica por el humor con que fue lanzada. Otros consideran el sarcasmo un gesto más con el que se demuestra superioridad sobre el resto, una forma de demostrar que no se es ingenuo.

Pero estas funciones más bien sociales tienen un fundamento más elemental y al mismo tiempo más complejo: el cerebro. Según algunos estudios en el sarcasmo —su uso y su comprensión— están involucradas varias zonas de este órgano, entre ellas los lóbulos temporales y el parahipocampo, particularmente necesarios para identificar por su inflexión una voz sarcástica.

Asimismo, si se sabe que el hemisferio izquierdo parece estar dedicado a interpretar las declaraciones literales, el hemisferio derecho y ambos lóbulos frontales parece que serían los responsables de reconocer cuándo esa literalidad se trastorna y quiere significar justamente lo diametralmente opuesto (cuándo, por ejemplo, un elogio significa una desaprobación). Esto se descubrió en parte al descubrir que personas que padecen demencia frontotemporal tienen dificultades para detectar el sarcasmo de un enunciado.

En suma, se trata de un asunto no solo interesante, sino también de implicaciones bastante complejas tanto en nuestra estructura cerebral como en el ámbito social. Curiosamente un ejercicio que, de practicarse, podría afinar las habilidades de nuestro cerebro pero también reducir, quizá, nuestro roce social.

[Smithsonian]