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Con piezas que oscilan caóticamente entre el arte, la ciencia, la fabulación histórica y la forma en que, casi siempre sin reflexión de por medio, creemos en la realidad de las cosas, el artista Michael Bahl nos muestra cómo con ingenio, talento y humor, siempre será posible hackear la realidad.

“Una interpretación post-osteológica”. Así define Michael Bahl estas piezas que, aunque presentadas bajo el manto del arte, parecieran más bien que estuvieran destinadas a las vitrinas de un museo de historia natural o una exposición de pretensiones netamente científicas. Pero sin duda es ese cruce de disciplinas, esa parcial imposibilidad de señalar con precisión el ámbito al que pertenece, lo que vuelve atractivo el arte de Bahl.

Y esto no es todo. Con una inteligente sutileza que en algo evoca las invenciones librescas de Borges, Bahl elaboró todo un constructo pretendidamente científico en torno a sus creaciones: desde su outfit personal en que es imprescindible la bata blanca que, convencionalmente, distingue a la gente dedicada a la ciencia, hasta la denominación taxonómica con que bautiza a sus piezas, haciéndolas pasar como un descubrimiento paleontológico genuino, jugando con la realidad o, más precisamente, con la facilidad con que la realidad puede crearse, manipularse, hackearse.

Y aunque Bahl inventa y fabrica todo esto en su sótano —sin duda uno de los mejores lugares para comenzar a cambiar la realidad: ¿no es un sótano donde residía el prodigioso aleph? — no por ello su nivel de detalle es menor, por el contrario, es bastante preciso al momento de refinar sus historias individuales: lejos de contentarse con la nomenclatura científica, el artista añade anécdotas y teorías a sus piezas, curiosos incidentes pseudohistóricos que rodean su falso descubrimiento, todo con un ingenio que es por sí mismo digno de aplauso y admiración.

En este sentido, pareciera que la intención de Bahl es confundirlo todo: arte, ciencia, literatura, historia, hacer una mezcla en la que los postulados científicos y las prenociones, el sentido común, las teorías racionalmente alcanzadas, la fabulación, el talento, la inventiva, el humor ingenioso, resulten indistinguibles uno de otro pero, paralelamente, necesarios uno para otro. Cabría preguntarse, si alguna función puede atribuírsele al arte, si no sería precisamente esa: mostrarnos cuán fácilmente pueden confundirse los muchos elementos que constituyen esta supuestamente sólida realidad.

[Boing Boing]