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Balas sobre la melancolía (una convergencia entre 'Miss Bala' y 'Así se siente el amor')

Por: Psicanzuelo - 09/13/2011

Reseña de "Miss Bala" y "Así se siente el amor": melancolía en tiempos caóticos, la estética de la violencia/la belleza del miedo y el espejo de nuestra (desequilibrada) realidad social.

Dos estrenos que a mediados de este mes nos ayudan a expresar preocupaciones “existenciales” muy legítimas en estos tiempos caóticos.

Por un lado Miss Bala (Gerardo Naranjo, 2011), una suerte de galería-museo por las calles húmedas de sangre y llenas de violencia que constituyen lo cotidiano en varias ciudades de nuestro país, México. De manera muy valiente la cinta termina declarándose fuera de la versión oficial que asegura que estos conflictos son consecuencia de una lucha gubernamental contra el crimen organizado; al final, en la pantalla, aparecen intertítulos con cifras alarmantes (datos duros) marcando sus raíces en una guerra por controlar el negocio del narcotráfico. La producción, distribución y negocios paralelos (venta ilegal de armas, etc.) a partir de la famosa droga representan ganancias que dejan en un juego de niños las utilidades de cualquier monopolio telefónico o televisivo. Una legalización sería imposible porque terminaría con el mejor de los negocios, y qué decir de todas las deudas externas e internas que se podrían pagar cobrando impuestos en una industria legítima (pero como dice la canción del TRI); qué decir de cómo se podría regular la calidad de las substancias sin que enormes cantidades de personas que padecen la enfermedad de la adicción tuvieran que poner su vida en juego en cada dosis.  

Aunque las preocupaciones de Naranjo no dejan de ser principalmente estéticas, siguiendo infinitamente con su calculada cámara sin corte al personaje por estrechos parajes, resuenan ecos de Béla Tarr digerido por un Gus Van Sant en el cenit de su carrera. Más que nunca en la pantalla vemos dolorosamente reflejos del desequilibrio social actual: en la pista sonora, en las coreografiadas balaceras, en los abusos varios y la hipocresía plasmados en el argumento, en los contrastes de las paredes de los espacios entre los que tienen demasiado y los que no tienen nada. La película no se regodea cómicamente en la situación nacional, aunque sea a través de la farsa y aunque sea de manera genial como con las sátiras dirigidas por Luis Estrada con Damián Alcázar  —La Ley de Herodes (1999) y El Infierno (2010). En ningún momento nos presenta la amenaza que generación a generación representa la oligarquía aún joven que, desensibilizada desde el hogar, es alejada de lo que debiera ser su realidad a base de estudios en el extranjero que deforman su cabeza llenándola solamente de gráficas económicas donde lo único que importa es obtener una utilidad a cualquier costo.  Sueños basados en un hedonismo imperante aprendido desde niños que se apunta superficialmente en cintas como La Zona (Rodrigo Plá, 2007) o 2033 (Francisco Laresgoiti, 2009). Miss Bala habla de los que sin deberla ni temerla son arrastrados por la tormenta, la población civil, que un abrir y cerrar de ojos, por ir a jugar a cierto casino, pueden nunca más regresar con su familia en cualquier día de la semana.

Naranjo articula en la pantalla, gracias a su dominio del aparato cinematográfico, la máquina de violencia sin límites que a estas alturas se ha vuelto incontrolable. Lo logra a través de un cine abstracto donde por medio de un discurso plástico personal nos sumerge hasta perdernos en grandes acercamientos a engranajes, tuercas y motores.  Aunque astutamente se encarga sobre todo de crear y desarrollar una maravillosa protagonista, nunca soltarla y acompañarla en su situación límite que puede ser comparada con la de varios paisanos. Desde un inicio Laura Guerrero (Stephanie Sigman (maravillosa revelación), que sostiene dramáticamente la película secuencia a secuencia, funciona como un Virgilio en este infierno de travellings más grúas eternas con torturas físicas fuera de cuadro.

Laura, viviendo en la salvaje Tijuana, ha perdido a su mejor amiga en una balacera en algún apartado clandestino de un bar, donde algunos miembros de la DEA mueren mientras reventaban compartiendo caguamas y otros dulces con autoridades locales. Los causantes de la balacera son un comando que tiene todo el apoyo desde arriba, que hace lo que se le pega la gana por todos lados con todas las de la ley, y lo sigue haciendo durante toda la película. Laura intenta desesperadamente buscar a su amiga; pensando, no sin ingenuidad, que en México se puede proceder legalmente, cae en las manos del jefe del comando, Lino Valdez (Noé Hernández, excelente caracterización) quien nunca más la suelta. Durante los 113 minutos de proyección experimentamos salvajes viñetas en coreografías sin corte que no dejan de recordarnos al cine de Costa-Gavras, pero sin las tramas de múltiples vertientes, solo conservando las complejas coreografías y la orquestación a través de las intrigas que finalmente nos dejan claro que entre crimen organizado y gobierno no hay diferencia: la cinta claramente nos plantea que el asunto obedece a un conflicto interno dentro de la cúpula de poder. En repetidas ocasiones experimentamos resonancias indirectas de sucesos particulares  que nos han cimbrado la consciencia a través de los periódicos y poco a poco enfermado de miedo de vivir. La máquina asesina se aprecia en tomas abiertas donde la ciudad sirve como un campo de batalla, pero sobre todo en una especial narrativa de insertos (planos detalle) que se heredan claramente del espacio diegético de un gran maestro del cine como lo fue Robert Bresson. Si acaso se le puede reprochar a la cinta algunos problemas en el doblaje de diálogos —perdiendo toda la intención de una lograda actuación por culpa de cuidar una estética en cuadro—, por otro lado se aplaude la verosimilitud del relato fílmico en tiempo real que llega a ser de verdad escalofriante. Paseándonos llenos de malestar en un juego de tenis donde Laura Guerrero es la pelota en una cancha que reconocemos muy cercana, el relato no se detiene nunca de manera elíptica, y fuera de esta cuestión mencionada con los diálogos, los sonidos incidentales (incluyendo balazos) y ambientales suenan de manera real (aspecto que es una debilidad del cine nacional).

El póster de promoción de la cinta contiene en su parte superior una frase a manera de tagline, cita o invitación de un comentario de Carlos Loret de Mola. Es en este juego que la película se plantea francamente harta de las mentiras maquilladas y muchas veces creadas por o para los medios de comunicación, en los que la guerra se plantea como parte de su programación, alternando con sitcoms o telenovelas. En planos muy similares vemos el concurso de belleza arreglado y luego la última detención con el fondo lleno de logotipos de la policía federal, luego los detenidos despeinados, desvelados y golpeados y la evidencia que pueden ser pacas de a kilo o "cuernos de chivo"; mismas escenas high-key sobre-iluminadas como telón teatral de una función de mentira. La detención judicial oficial como concurso de belleza.

Como si el destino de Laura y otros miles de mexicanos fuera sobre los rieles donde va la cámara montada, como si no hubiera escapatoria alguna. 

Por otro lado la entrañable Así se siente el amor (Beginners, Mike Mills, 2010) se basa en una premisa no solo sólida sino emocionalmente ambiciosa, que funciona gracias a la franqueza con que está realizada: “Vivimos la tristeza que nuestros padres no se permitieron sentir”. Esta tristeza yo la denominaría más bien melancolía, porque no es la tristeza que siente Oliver (Ewan McGregor) por la muerte de sus dos padres o por no haber podido digerir todavía la homosexualidad de  su padre, por no poder expresarse por medio de su arte en un mundo donde solo interesa a la gente que lo contrata lo que se ha visto un millón de veces. Oliver siente melancolía infinita y es lo que lo hace encontrarse con su alma gemela Ana (Mélanie Laurent), una melancolía que le da estructura a los mundos de ambos. Esta melancolía temática le da forma a la película: orgánicamente es registrada por la fotografía de la cinta de manera muy afortunada (la ciudad de Los Ángeles, por ejemplo, es irreconocible); melancolía que es destilada en la aterciopelada música como si de manera paralela viviéramos de otra forma la primera parte del siglo XIX. Esta melancolía es técnicamente exacta  en la ropa que ambos, Oliver y Annie, visten, haciéndolos parecer hermanos; podría ser parte de la temporada de cualquier tienda de almacén, pero radica mucho más en la manera en que eligieron cada una de sus prendas, la manera en que las combinan y la manera en que ambos combinan entre sí, comentando su realidad toma por toma. No podemos dejar de recordar  las fantasías pop de Godard a principios de los 60s, cuando aún era muy joven, desprovistas de su comentario social, manteniendo el contenido filosófico en lo divertido que eran sus ideas en cuadro.

Extrañamente (no suele hacerlo) Oliver jala con sus amigos del trabajo que tardan mucho en convencerlo en acompañarlos a una fiesta de disfraces, en la cual, caracterizado como Sigmund Freud, analiza a la malvada bruja del oeste del mago de Oz. Ana, muy despierta a la sincronicidad del universo en el instante, se da cuenta de que su disfraz la hace provenir de los mismos tiempos que el padre del psicoanálisis y se hace analizar de inmediato. Oliver corre con suerte y Ana no puede hablar por su laringitis, se comunica con un pequeño cuaderno donde muestra esa extraña personalidad que concuerda con la rareza de Oliver. Se han encontrado, ¿y ahora qué? Se quitan ambos las pelucas y no vemos a Renton / Obi-Wan ni a la pianista Anne Marie, sino que presenciamos personajes de carne y hueso mirándose a través de un espejo, llenos de toda la incertidumbre del mundo, misma que contiene toda la esperanza.

Mike Mills ya había sorprendido con su Thumbsucker, apoyada en un sentido estético muy llamativo pero algo forzado. Aquí sigue estilizando cada cuadro, pero ahora todo proviene desde adentro de su guión, basado en una estructura en tres tiempos, donde sucesos del pasado son intercalados con el presente, cada uno espejeando los miedos actuales del personaje. Su pasado como un presente al que todos de igual manera podemos estar encadenados, pero del cual el personaje puede escapar. De lo que no puede liberarse es de la infinita melancolía que lo une con Ana.  

Ambos filmes convergen en el miedo que sentimos. En el primer caso, en Miss Bala, el ausente melodrama; lo experimentamos de manera obvia y directa, como si se tratara de una bomba de tiempo. Apenas estaba apareciendo el primer crédito final, cuando la gente ya se estaba empujando para salir de la sala aterrados no por la película exactamente. Parecido al cocodrilo que se tragó el reloj del Capitán Garfio, cada vez acercándose más; recordamos que el primer decapitado de la Ciudad de México apareció hace algunas semanas en la zona residencial de Interlomas. En el segundo caso, la falsa comedia romántica existencial, Así se siente el amor, debería ser igual de obvio, pero por supuesto este miedo no es racional. Aquí consiste en el miedo a vivir en este mundo como se nos ha planteado como única opción. Una casa heredada pero llena de goteras, un miedo causado porque sabemos que si queremos seguir viviendo aquí tenemos que tapar esas goteras antes de poder seguir haciéndolo. ¿Por qué no cambiarnos de casa?