*

¿Comía hongos alucinógenos Jorge Luis Borges?

Por: Jimena O. - 08/25/2011

¿Estuvo inspirado el genial escritor argentino por los psicodélicos, particularmente en la visión holográfica del Aleph? Una tesis que sugiere esto circula el Internet citando a su esposa como fuente.

No hay duda que pese a declararse  agnóstico, Jorge Luis Borges penetró los arcanos de la conciencia humana, logrando algunas de las mejores metáforas para describir, místicamente, al universo y la divinidad. ¿Pero esta claridad perceptiva fue el resultado nada más de sus lecturas y de su inteligencia o también pudo haber estado inspirada en el uso de psicodélicos para alterar su percepción? Aunque la imagen esterotípica que tenemos de Borges —la de un viejo ciego caminando por un laberinto con un bastón— hace que parezca desaforado sugerir que el gran escritor argentino tenía una afición por los hongos alucinógenos,  también es cierto que el universo guarda sus mejores secretos y que cosas más increíbles se han visto.

Existe una socorrida teoría en Internet que señala que la experiencia descrita en el Aleph, el momento culmen holográfico de la percepción de la totalidad implicada en una esfera tornasol de dos centímetros, fue inspirada por la ingesta de psilocibina, vía unos "pajaritos". Asimismo se ha esbozado que el "coñac" que tomaban Carlos Argentino —el  dueño del Aleph— es un código para otra bebida psicodélica. Ciertamente se podría argumentar que Borges no necesitaba de una estimulación externa para conjurar sus laberintos cósmicos y que ligar su literatura a los enteógenos es un desprovecho . De cualquier forma, como parte del mito que urde su madeja en la biblioteca universal que simula el Internet, reproducimos esta teoría:

«La tesis central, como ya adelanté, consiste en afirmar que en El Aleph don Jorge Luis deja un rastro del medio utilizado para alcanzar esas experiencias. El famoso seudo coñac, que Daneri sirve antes de bajar al sótano y que en vez de provocar los síntomas propios del alcohol, es decir relajación y amodorramiento, genera rigidez, malestar e insomnio, perdone la repetición. Hasta aquí claro, apenas un ejercicio de hermenéutica. Pero El Micólatra trae luego a colación un Congreso de Mística realizado en Ávila en 1993. El cónclave se cerró con una ponencia de María Kodama titulada "Jorge Luis Borges y la experiencia mística". Al concluir su exposición, la señora se prestó a una ronda de preguntas sobre el tema. Juan Goytisolo, sarcástico como es habitual, inquirió si Borges se arrojaba en paracaídas para provocarse esos trances místicos. La señora Kodama se tomó un instante y contestó, segura: "a Borges le gustaba comer pajaritos de monte". La platea se distendió en una carcajada de festejo a la "salida ocurrente". Ahora bien: el autor de la nota, que estuvo presente en aquel congreso, se internó años después en el estudio de los hongos embriagantes y otros enteógenos. Así dio con un libro del micólogo Gastón Guzman, en el que se describe a una seta denominada científicamente Psilocybe hoogshagenil, que crece en Argentina durante el mes de febrero en altitudes que oscilan entre los 1.000 y 1.800 metros. También se da esta especie en Colombia, Brasil y, especialmente, en los estados mexicanos de Oaxaca y Chiapas, donde se los encuentra entre julio y agosto. Estos hongos, según estudios químicos, poseen más de 0,30 por ciento de psilocibina y otro 0,30 por ciento de psilocina. Es decir, se trata de una seta que, una vez desecada, tiene una potencia alucinógena muy considerable. Guzman añade que esos hongos son conocidos en español con el nombre vulgar de “pajarito de monte”».

Como detalle de psiconáutica literaria, este texto de Rafael Toriz en el que se cita el recuento de Guillermo Cabrera Infante de una velada en la que el cubano llevó "space cakes" de hachís a una reunión en Londres con Carlos Fuentes (quien se escandalizó), Mario Vargas Llosa y Octavio Paz (quien desgustó el chocolate psicoactivo). Relata Cabrera Infante:

«Los ingleses permanecen borrosos como sombras en mi memoria. Pero recuerdo muy bien a Octavio (Paz), a quien acababa por fin de conocer. Cuando le ofrecí un pedazo de chocolate Carruthers… Octavio lo tomó como el manjar que era y se lo llevó a la boca —y se lo comió. Octavio, que conocía el peyote y la ganja, aceptó el regalo … Se mostró como se mostraría otras veces: un intelectual que no vacila en enfrentarse a la experiencia más provocadora de la cultura: ese cake venía de la cultura hippie … El gesto de Octavio sería igual ante la poesía y la política».

[Ayesha Libros]