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La cuestión que se hace quien ya vio esta película, es ¿por que vi "Thor"? Pregunta que lleva a un análisis sobre la justificación drámatica de un personaje que a la vez es un dios como un superhéroe de comic (e inauditamente un símbolo geek)

 

Ayer vi Thor y todavía no sé por qué. La verdad es que voy poco al cine y no soy de los que se lamentan y disgustan por perderse el estreno de la temporada, la película taquillera, el filme largamente esperado por los fanáticos y aprobado unánimemente por el sospechoso buen gusto de las multitudes. Neurótico, casi siempre necesito un motivo un tanto específico, caprichoso, que interrumpa mi rutina para meterme a una sala de cine.

Esta vez, sin embargo, mi interés por Thor fue menos riguroso y nació, me parece, de una duda: no podía entender la justificación de este superhéroe. No es que sea un experto en la materia (en toda mi vida he leído un solo ejemplar de un cómic, tan bien como se pueden leer estas cosas a los 8 o 9 años), pero digamos que un mutante como Spiderman o Hulk o los X-Men, un extraterrestre como Superman o un humano fortalecido por la tecnología como Batman o Ironman son para mí tipos de superhéroe que no me cuesta imaginar ni aceptar y de quienes incluso entiendo que exista una relación de necesidad entre ellos y el mundo al que pertenecen. Sin embargo, con Thor, por tratarse de un dios, este esquema me parecía insuficiente o inadecuado.

Cuando expresé mi confusión en twitter, @cruzarzabal me respondió, en términos casi calassianos, que los dioses no necesitaban justificación, que la justificación de su existencia estaba en ellos mismos. Entendí entonces que era esa desmesura entre la divinidad y la condición humana la que me impedía entregarme a la lógica de este dios nórdico pasado por el tamiz del cómic. Quizá por eso en la película se intentan acortar dicha distancia durante el exilio de Thor en la Tierra, despojado de sus poderes y su invulnerabilidad, probándolo en las debilidades humanas del dolor, el sufrimiento, la humillación y la pena amorosa. Ligeramente.

Otra de las razones por la que me convencí de acudir al cine fue el nombre del director, Kenneth Branagh, ferviente adorador de Shakespeare y de quien pensé que quizá daría un toque especial a esta película, una suerte de giro inesperado en la interpretación que la distinguiera del resto de las superproducciones sobre superhéroes y supervillanos. Sin embargo, en esto también quedé decepcionado. La rivalidad fraterna, el desafío al padre y la debilidad o la ausencia de éste están ahí más como motivos circunstanciales que cruciales, más como adornos simplones que como verdaderos causantes de una tragedia o siquiera de una historia emocionante. ¿Por qué persistirá la creencia de que el consumo masivo no se lleva bien con una idea sólida de altos vuelos? Sin hacer de Thor una película vanguardista, rayana en lo ininteligible, pienso que los muchos elementos de su historia —la mitología nórdica, la divinidad y su relación con lo humano, el circuito familiar animado por la ambición de poder, la jovialidad de Thor versus la melancolía de Loki, la búsqueda del reconocimiento paterno, entre otros— daban para una interpretación más ambiciosa. Así fuera solo ligeramente más ambiciosa.

Por último, tengo la impresión de que vi Thor porque no termino de comprender la evolución positiva del geek, uno de los estereotipos sociales en boga que más llama mi atención, ese personaje metido siempre en su computadora, rodeado de gadgets y cómics y videojuegos, erudito de la ciencia ficción y otros saberes afines, con la opción de ser torpe en el trato humano y específicamente femenil y el cual, por razones que quizá merecerían más que una divagación pasajera, en los últimos años ha pasado de ser un paria de la sociedad, un apestado merecedor del ostracismo o del confinamiento con sus iguales, sujeto de corrección o readaptación, a un tipo de personalidad atractiva, elogiable o envidiable y hacia el cual no pocos intentan encauzar la suya propia. Así sea yendo a mirar una película de superhéroes.

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