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Hace unos días una mujer anunció su suicidio en facebook y fue ignorada por sus amigos; ¿quién quiere saber hoy de la tristeza?

Hace varias semanas, Pijama Surf publicó la noticia de una mujer que anunció su suicidio en facebook sin que ninguno de sus mil y tantos amigos hiciera algo al respecto. Nada, al menos, para prevenirlo o impedirlo. El único efecto de su última actualización fue que algunos de ellos comenzaron a discutir sobre el asunto, sobre si podía o no tomar esa decisión, sobre si estaba mintiendo. Siempre en facebook.

El hecho tuvo todas las características de cualquier suicidio publicitado y conocido masivamente (a pesar de la modernidad del medio utilizado para transmitir el recado póstumo): en principio fue escandaloso, relevante por tratarse de una vida humana pero, marginal en esencia, fácilmente quedó sepultado por noticias o más extravagantes o más importantes para la cotidianeidad de la multitudes.

Con todo, resulta interesante que el suicido todavía cause estruendo en nuestras sociedades, que todavía nos sobrecoja saber que alguien, en un momento de libertad o de ofuscamiento, decidió darse muerte. Inquietante también que dicha decisión, si libre, revele el miserable, angustiante grado de libertad de una persona que siente que por todos lados tiran de ella. Asimismo, como sin duda otros han dicho ya, la noticia deja ver tanto la necesidad de hacer pública la intimidad como el sometimiento de las relaciones cara a cara por las redes sociales, el pobre sustituto de contacto humano que éstas ofrecen (el Me gusta, el Comentario, el Reply, el Favorito) y con el cual muchos nos conformamos.

Pero más allá de los diversos debates que pueden emprenderse en torno al suicidio o las prédicas moralistas sobre las repercusiones de internet en las relaciones personales, tal vez este caso específico admita también una lectura menos común y ambiciosa. Tal vez el caso de Simone Back, la voluntaria de 42 años que posteó como último estatus de facebook «tomé todas mis pastillas moriré pronto adiós adiós» y en cuyo auxilio nadie acudió, pueda tomarse como un ejemplo —exagerado y letal— de la enajenación inconsciente a la que casi siempre nos orilla el uso constante de dicha red por su funcionamiento mismo.

A diferencia de lo que sucede en la realidad, facebook ofrece o impone la posibilidad de tener a la vista a todas las personas que conocemos a lo largo de nuestra vida. Amigos de la niñez, de la juventud, de la madurez, compañeros de la escuela (de las pocas o muchas escuelas que alguna vez pisamos), conocidos, conocidos de los conocidos, amigos de los amigos, mujeres a quienes saludamos un par de veces y a quienes creímos haber causado buena impresión, compañeros del trabajo, contactos útiles, profesores, amigos circunstanciales y algunas otras categorías más. A diferencia de lo que sucede en la realidad, pareciera que el usuario debe mirar siempre los comentarios de todas esas personas, sus fotografías, los juegos que jugados recientemente, el último test contestado, el estado de sus relaciones amorosas. Sabemos, sin embargo, que el facebookero no opera de ese modo. Opera como sabe operar, como opera en la realidad que, quizá, no se distingue tanto del facebook.

Si vemos en la calle a algún conocido a quien no tenemos ganas de saludar, simplemente fingimos no verlo —y quizá el otro haga lo mismo y tutti contenti. Del mismo modo, si nos cruzamos con un amigo muy querido, no nos importará detenernos y, olvidando por un momento nuestras urgencias, gastaremos algunos minutos con él y quizá hasta consideraremos la posibilidad de prolongar dicho encuentro.

¿No hacemos lo mismo en facebook? ¿No ignoramos, sistemática, automáticamente, a quienes postean comentarios que nos incomodan, que agreden aquello en lo que creemos y valoramos, que pegan links que juzgamos desagradables? O, por el contrario, atendemos solícitos los updates de quienes nos complacen, si vemos su nombre y la imagen de su perfil reducimos ligeramente la velocidad del scroll y miramos bien lo que ha escrito, la página compartida, la fotografía recién subida. En suma, hacemos en facebook lo que hacemos en la realidad: clasificamos. Decimos: este es divertido, este aburrido, este pasa por una mala racha, este está envuelto en proyectos interesantes, este se cree mucho, este dice puras tonterías, este vive en un mundo rosa, este en escala de grises, etc. Además, fieles al ethos (o pathos) de nuestra época, jerarquizamos conforme a la comodidad propia.

Tal vez Simone Back, semanas o meses antes de su suicidio, posteó con frecuencia comentarios melancólicos, de pena y pesadumbre. Tal vez la mayoría de sus casi mil amigos, al revisar su página de facebook, la evadían, pasaban de largo frente a sus lloriqueos y sus quejas, veían su imagen y huían de esa peste. Porque claro: quién quiere, en estos días, saber de la tristeza.

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