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Los novelistas Haruki Murakami y Roberto Bolaño son inmensamente populares quizás porque forman una misteriosa intimidad con el lector, casi voces transpersonales de nuestra época

1. Tardé un día en leer Tokio Blues, cinco Los detectives salvajes. No sé si esto fue bueno o malo. Sé que fue significativo. En mi historia reciente como lector, esos han sido los únicos libros por los que he sentido la compulsión irrefrenable de no interrumpir su lectura, la pesarosa obligación de abandonarlos —por hambre, por sueño, por cansancio.

2. Tokio Blues es el libro más flojo de Murakami. El más sencillo. El más simplón. El que menos rasgos tiene del mejor Murakami. El pariente pobre de su genealogía. O casi, porque también es el libro que le dio fama, prestigio y, sobre todo, lectores. Se vendió por millones en Japón y en el resto del mundo. Un resultado que, según dice Murakami mismo en esta entrevista, él ya esperaba al planear y escribir el libro.

Lo curioso no es, sin embargo, la previsión del autor, sino la respuesta positiva de sus lectores.

Algo hay en Tokio Blues que vale por sí mismo frente al lector. Un excedente que el lector obtiene en el transcurso de la lectura. Una misteriosa e íntima afinidad entre él y el libro: como si hablaran el mismo lenguaje, como si pensaran, a veces, los mismos pensamientos, como si compartieran las mismas preciadas palabras.

Algo tienen los libros de Murakami.

3. Roberto Bolaño. Basta transcribir el nombre para temblar. Para que las consideraciones propias, apocadas, dejen el paso libre a los motes, a la leyenda, a los clichés. “El último maldito”, lo llaman en este documental de Televisión Española. Una personalidad complicada, incomprensible tal vez para estos tiempos desdeñosos del sacrificio y el sufrimiento.

4. Cuando leí Los detectives salvajes, en los últimos días del 2009, no pude impedir que sus palabras se trenzaran con las mías, que mi memoria —mi entristecida memoria— rompiera sus diques y comenzara a empantanar el libro, que mi pensamiento revelara, poco a poco y a partir de un puñado de sensaciones, una impresión: de soledad, de abatimiento, de fracaso y frustración, de soledad. Sobre todo de soledad. No pude no sentir que todo eso ya lo había sentido.

5. [Como con Murakami.]

6. Pensé entonces que Los detectives salvajes era el Quijote de nuestro tiempo. Vi en esa novela la misma febril fascinación que provocó la de Cervantes, el mismo entusiasmo súbito por parte del lector («ilustre, o quier plebeyo»), el mismo arrebato ante el retrato decadente y fragmentado de este momento del lenguaje.

7. ¿Qué tienen las novelas de Murakami y Bolaño que dicen tan bien esta época, esta subjetividad?

8. ¿Eso es a lo que llaman literatura?

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1. Tardé un día en leer Tokio Blues, cinco Los detectives salvajes. No sé si esto fue bueno o malo. Sé que fue significativo. En mi historia reciente como lector, esos han sido los únicos libros por los que he sentido la compulsión irrefrenable de no interrumpir su lectura, la pesarosa obligación de abandonarlos —por hambre, por sueño, por cansancio.
2. Tokio Blues es el libro más flojo de Murakami. El más sencillo. El más simplón. El que menos rasgos tiene del mejor Murakami. El pariente pobre de su genealogía. O casi, porque también es el libro que le dio fama, prestigio y, sobre todo, lectores. Se vendió por millones en Japón y en el resto del mundo. Un resultado que, según dice Murakami mismo en esta entrevista, él ya esperaba al planear y escribir el libro.
Lo curioso no es, sin embargo, la previsión del autor, sino la respuesta positiva de sus lectores.
Algo hay en Tokio Blues que vale por sí mismo frente al lector. Un excedente que el lector obtiene en el transcurso de la lectura. Una misteriosa e íntima afinidad entre él y el libro: como si hablaran el mismo lenguaje, como si pensaran, a veces, los mismos pensamientos, como si compartieran las mismas preciadas palabras.
Algo tienen los libros de Murakami.
3. Roberto Bolaño. Basta transcribir el nombre para temblar. Para que las consideraciones propias, apocadas, dejen el paso libre a los motes, a la leyenda, a los clichés. “El último maldito”, lo llaman en este documental de Televisión Española. Una personalidad complicada, incomprensible tal vez para estos tiempos desdeñosos del sacrificio y el sufrimiento.
4. Cuando leí Los detectives salvajes, en los últimos días del 2009, no pude impedir que sus palabras se trenzaran con las mías, que mi memoria —mi entristecida memoria— rompiera sus diques y comenzara a empantanar el libro, que mi pensamiento revelara, poco a poco y a partir de un puñado de sensaciones, una impresión: de soledad, de abatimiento, de fracaso y frustración, de soledad. Sobre todo de soledad. No pude no sentir que todo eso ya lo había sentido.
5. [Como con Murakami.]
6. Pensé entonces que Los detectives salvajes era el Quijote de nuestro tiempo. Vi en esa novela la misma febril fascinación que provocó la de Cervantes, el mismo entusiasmo súbito por parte del lector («ilustre, o quier plebeyo»), el mismo arrebato ante el retrato decadente y fragmentado de este momento del lenguaje.
7. ¿Qué tienen las novelas de Murakami y Bolaño que dicen tan bien esta época, esta subjetividad?
8. ¿Eso es a lo que llaman literatura?