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Paisajes helados que irradian una sensual e inspiradora cromática; el iceberg como un elegante tótem de templanza y coexistencia transmutada

Cuando el fuego en el útero del planeta transmuta en hielo se manifiestan algunos de los más seductores paisajes que podamos imaginar. Lúcidos palacios en tonos que van del blanco al azul aguamarina, insinuando una de las más elegantes paletas cromáticas, en donde quizá el cyan sea el tono que abrea la puerta al ensueño. Los icebergs, monumentales tótems de hielo, podrían ser considerados los guardianes de estos escenarios, como el mítico centaruro solo que ahora el laberinto se ha congelado.

Estructurados a partir de una exquisita arquitectura, que una vez más dentro del discurso de la naturaleza remite a la perfección, los icebergs son doblemente nómadas. Por un lado estan en eterna mutación (encarnando estéticamente al río de Heráclito), con un cuerpo hipermaleable siempre dispuesto a proyectar la influencia de las variables naturales (temperatura, viento, presión), y por otro lado, en muchas ocasiones, deciden navegar a través de las gélidas aguas en buca de convertir al azar en una venerada estrella polar (la guía del azul).