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Las polémicas declaraciones del Papa Bendicto XVI sobre el purgatorio como un fuego interno que no tiene lugar en el espacio hacen eco, involuntaria mas sincromísticamente, del "El Anticristo" de Nietzsche

La virtud de las religiones es literaria, no moral.

@poitevin

De una u otra forma, buena parte de la humanidad sigue siendo cristiana. Incluso si orgullosamente presume su ateísmo o si timoratamente se dice agnóstica, incluso si no asiste a misa ni pisa una iglesia más allá de la recreación turística, incluso si no recuerda la última vez que rezó una oración cualquiera. A pesar suyo, esa parte de la humanidad todavía tiene algo de cristiana. Al menos por formación, por la manera en que directa o indirectamente fue educada, por los padres o los amigos de la escuela o por las tiránicas reglas sociales (en especial las no escritas), esa parte de la humanidad o esa persona algún remanente conservan de doctrina cristiana.

George Steiner ha dicho que uno de los dos pilares en los que se sostiene Occidente, además de Atenas, es Jerusalén: «Apenas hay un nudo vital en la textura de la existencia occidental, de la conciencia que tienen de sí mismos los hombres y mujeres occidentales (y por consiguiente americanos) que no haya sido tocada por la herencia de lo hebraico». Y un poco más adelante: «El judaísmo y sus dos principales notas a pie de página, el cristianismo y el socialismo utópico, son descendientes del Sinaí, incluso en lugares donde los judíos eran una minoría despreciada y acosada». En toda su erudición, el hombre no anda errado.

Las ideas de culpa, de premio y castigo, de bien y mal, de humildad, de lo elevado y lo perfecto, de trascendencia, de inmortalidad, son sólo un puñado de las muchas que debemos al imaginario judeocristiano y las cuales, más importante, nos impulsan a ser y actuar de determinada manera ante circunstancias específicas, diariamente. Otras como el sacrificio y el sufrimiento y sobre todo el valor positivo y purificante del que éstas estaban revestidas hasta hace poco, nada serían sin el poderoso simbolismo de la Crucifixión.

Quizá por eso, a pesar de la franca decadencia de la Iglesia católica en su dimensión institucional y su escandaloso desprestigio ante el mundo, las declaraciones de Benedicto XVI sobre el Purgatorio tuvieron cierto eco, no sólo por la inercia periodística de reproducir las declaraciones de una persona importante, sino por el mensaje mismo, por las palabras más o menos confusas y quizá hasta contradictorias que, tercas e indomeñables, conformaron una sentencia al parecer no al entero gusto del así llamado Sumo Pontífice, quien sin embargo tuvo que continuar tal vez sin mucho convencimiento de lo que pregonaba. “El Papa se enreda con el purgatorio”, tituló El país su nota al respecto.

Dijo Ratzinger que el Purgatorio no es un elemento exterior ni un lugar en el espacio, sino un fuego interno “que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios”. Atinadamente, Jorge Volpi advirtió el sorprendente parecido entre esta conclusión y un pasaje de Nietzsche, curiosamente uno de El Anticristo: «El “reino de los cielos” es un estado del corazón, no una cosa que exista en la Tierra ni suceda después de la muerte. […] El “reino de Dios” no es cosa esperada: no tiene un ayer ni un mañana, no llegará dentro de “mil años”, es una esperanza del corazón, está en todas partes y en ninguna» (fragmento 34).

Una muestra de humor involuntario o de azarosa ironía bibliográfica y teológica.