*

Gustavo Alonso, ex capitán de un submarino colombiano dedicado a transportar cargamentos de cocaína, narra las infernales condiciones que se vivían a bordo de su narconave.

Sin duda una de las profesiones más extravagantes es la de piloto de un narco submarino dedicado a transportar cargamentos de cocaína con un valor de varios millones de dólares a través de las aguas intercontinentales. Tras su captura a manos de la guardia costera estadounidense, Gustavo Alonso accedió a narrar algunas de sus vivencias cotidianas a bordo de la narconave colombiana:

"Alrededor de las ocho de la noche la marea era alta y la noche lo suficientemente oscura para esconder el sumergible. Un pequeño bote remolcó la nave hasta el mar y la tripulación encendió el motor. Aceleraron a 12 nudos y marcaron el rumbo a 270 grados hacia el oeste de la costa para alcanzar mar abierto. Los guardias provistos por la mafia para resguardar cada transporte permanecieron de pie junto a la puerta del cuarto de máquinas armados con una pistola y un rifle de asalto. El interior del submarino esta increíblemente caliente. A pesar de el sistema de ventilación, las máquinas remueven el oxígeno del aire y a cambio devuelven monóxido de carbono. Constantemente sientes como si te sofocaras. Cada cuatro horas reducíamos la velocidad de 12 a 6 nudos. Luego abríamos la compuerta por exactamente un minuto para dejar entrar un poco de aire fresco y luego acelerábamos de nuevo", cuenta Alonso.

El equipo de cuatro tripulantes trabajaba por turnos mientras Alonso monitoreaba la ruta. Una vez en mar abierto, el hombre con el rifle de asalto le dio un papel arrugado en el cual estaba indicado el destino exacto. Las instrucciones advertían que debían arribar ahí en un día y hora determinados. A pesar del cansancio y la tensión permanentes era difícil conciliar el sueño tras terminar el turno, pues el ruido era una gran dificultad. Debían tomar enormes cantidades de agua para equilibrar los litros de sudor que emanaban diariamente. Su principal alimento era leche condensada producida en Perú, de la marca "Leche Gloria". Y para complementar el poco deseable escenario, el hedor de los excrementos que no podían desechar, para mantener discreción absoluta durante su trayecto, se hacía casi insoportable. Por si fuese poco, los cuatro miembros debían convivir por varios días en un espacio de 15 metros cuadrados, en el cual apenas y podías pararte de pie sin que tu cabeza chocase contra el techo del submarino.

Una vez alcanzado el destino, ubicado a 600 millas naúticas de la costa mexicana, recibieron la noticia de que el contacto mexicano que debería de recoger las 3.5 toneladas de cocaína con un valor de venta en las calles de Miami superior a los $60 millones de dólares, estaba retrasado debido a problemas técnicos con el transporte, la tensión aumentó. Cuatro días aguardaron varados en el infernal contexto, sólo jugaban cartas e inhalaban cocaína esperando a que pronto terminara la pesadilla. Eran las diez de la mañana del quinto día cuando escucharon una especie de disparo. Cuando uno de ellos se asomó comprobó que un helicóptero de la guardia costera estadounidense había lanzado una red para inmovilizar la embarcación. La nauseabunda aventura había terminado. Estaban detenidos.

via Der Spiegel