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Científicos suizos invitan a replantear nuestro concepto cultural de los psicodélicos y reconsiderar su uso para ser aprovechados en trabajos psicoterapéuticos.

Tras una larga y determinante censura frente a las sustancias conocidas como psicodélicos, parece que finalmente la comunidad científica está dispuesta a considerarlas nuevamente para favorecer la evolución de tratamientos psicoterapéuticos. Un grupo de reconocidos científicos con sede en Suiza ha propuesto formalmente retomar el uso de psicoactivos tales como el LSD, la ketamina o la psilocibina, para ser aprovechados en el combate a la depresión, desordenes compulsivos o malestares crónicos.

Sin duda esta noticia merece celebrarse tanto en la comunidad internacional de médicos como entre pacientes, ya que muestra una voluntad para ir más allá de los juicios de valor moralistas o de las etiquetas culturales que le hemos asignado a estas sustancias en las últimas décadas y que, por lo general, estaban más en sintonía con agendas gubernamentales que con la persecución del bienestar para el ser humano.

A pesar de la prohibición de trabajar con psicodélicos que han compartido legislaciones nacionales alrededor del mundo, de acuerdo con los científicos suizos hay múltiples estudios que validan el alto potencial de estas substancias si se utilizan de manera formal con fines médicos. Y éstas podrían aprovecharse como un catalizador que aportaría valiosa ayuda a los pacientes, permitiéndoles modificar su percepción frente a escenarios crónicos de dolor físico. Una vez rota esta inercia psico-conductual se procedería a trabajar con terapeutas para complementar el tratamiento.

“Los psicodélicos pueden aportar una nueva perspectiva a los pacientes frente a sus males, particularmente cuando están influenciados por factores como memorias suprimidas, y gracias a ello podrán trabajar directamente con esas experiencias enterradas”, afirma Franz Vollenweider, de la Unidad de Neuropsicofamacología del Hospital Universitario de Psiquiatría en Zurich, Suiza.

Esta propuesta parte de la idea de que dependiendo del tipo de persona que consumirá el psicodélico, así como de la dosis y del contexto en que sea ingerido, la substancia puede manifestar un amplio espectro de efectos, desde experimentar una plenitud radiante hasta un cuadro de ansiedad y pánico. Pero si la experiencia se guía correctamente, lo más probable es que los cuadros se acerquen más al primero de estos escenarios.

Vollenweider y sus colegas subrayan la evidencias obtenida de diversos estudios que sugieren que estos neuroestimulantes pueden ser muy efectivos para contrarrestar ciertas enfermedades de salud mental, ya que actúan sobre los circuitos cerebrales y el sistema neurotransmisor. Sin embargo, también aclaran que es fundamental trabajar con dosis bajas que sean reforzadas con terapias estrechamente monitoreadas.

“La idea es que sea un tratamiento limitado, quizá varias sesiones en pocos meses, pero no un tratamiento a largo plazo”, acota Vollenweider.

Complementariamente a esta investigación, que más que un documento adquiere la naturaleza de un manifiesto debido a los revolucionarios beneficios que podría implicar, un estudio publicado recientemente por científicos estadounidenses este mes comprobó que la ketamina, un anestésico utilizado tanto en la medicina humana como animal, es altamente efectiva para tratar a pacientes con depresión bipolar severa.

Para nadie es un secreto que diferentes trastornos mentales se han popularizado radicalmente en la sociedad contemporánea. Factores como el estrés, la mala alimentación, el pobre desarrollo espiritual y algunas conductas colectivas en torno a la violencia o el consumismo favorecen ampliamente esta situación. Por esta razón, además de replantearnos urgentemente nuestras formas de vida, así como nuestros objetivos existenciales, resulta fundamental una apertura que nos provea de métodos más efectivos y amigables para combatir dichos cuadros.

Ciertamente es buen momento para vencer las cadenas socioculturales que limitan nuestra perspectiva frente a la vida y que a fin de cuentas han demostrado ser altamente nocivas para el bienestar común, a la vez que retardan la evolución que nuestro contexto fisiológico, mental, espiritual y emocional nos demanda.

via Common Dreams