Los "Paraísos Artificiales" del poeta parnasiano Charles Baudelaire eran los mundos mentales producidos por las drogas, ahora un Baudelaire del futuro, de una sociedad psicotrónica, nos vuelve ofrecer estas delicias, pero computarizadas, flores de nanotecnología, luz digital para nuestra glándula pineal. Post apocalipsis de las máquinas y la transhumanidad: el sol, y el mar, la eternidad de Rimbaud; han sido digitalizdos: viajan a través de firewires orgánicos a nuestro cerebro y encienden la memoria, comercio de la hipersensación. Un Marcel Proust, vástago de la Singularidad, se conecta en búsuqueda de un imposible mar infantil donde mujeres pájaros, gráciles, paseaban por un horizonte líquido con cuerpos desnudos de energía dorada.
Medusas de leche nanotubulares neuroanálogas, perfectos espectros de datos flotando dodecaedros, la cereza postrimera de soportar la Matrix y el nuevo orden mundial, las memorias de un jadrín prístino que solo sobrevive en forma de datos, nanobits. El látigo eléctrico que nos regersa a este fantasma turquesa de un playa en la vida real. Una imagen flotando en el hiperespacio, de la bóveda mnemónica, caja negra del vuelo hacia la matematización del espíritu, dentro del cuerpo hermético del gran tecnoreptil de la noche.
Este excelente video de CGI que nos lleva dentro de las venas de la información o el ciberLogos encarnando, tomando forma, es obra de Jean Paul Frenay, la alucinación dirigida que comprueba que la mataria no existe, es una imagen en el cerebro que puede ser sintetizada y programada.
El paraíso como un software, un sueño luminoso.
