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La aberrante práctica de las potencias mundiales que arrojan sus desechos tecnológicos en países de África y Oriente, podría acarrearle serios problemas a su seguridad nacional

tecnobasura_africa_ghana_desechos_tecnologicos No es una novedad que las naciones industrializadas utilicen como basureros para sus productos hi-tech a los países pobres. La novedad es que si hasta ahora las rutas favoritas del tecno-trash llevaban hasta áreas remotas del extremo oriente -como las provincias mas pobres de China- recientemente el camino de computadoras, scanners, impresoras, hard drives y celulares desechados ha mirado hacia el continente Africano.

Lamentablemente, en promedio, sólo el 25 por ciento de estos aparatos resulta reutilizable, todo lo demás se almacena en futuristas basureros ciber-punk (como “La Comuna” de la fuertemente recomendada serie de anime japonés Ergo Proxy) y luego es incinerado en una infernal hoguera de productos químicos, metales y materiales plásticos, que libera una nube fuertemente toxica: ultimo y mortífero regalo de las naciones ricas a los habitantes de esas desventuradas áreas del planeta.

La venganza africana, poca cosa frente a los irremediables daños de salud que sufren sus habitantes, llega de Ghana, donde un equipo de periodistas canadienses -investigando los efectos del e-waste en ese país- ha descubierto una falla en el sistema de seguridad de Estados Unidos.

En el basurero de Korle Lagoon, en las afueras de la ciudad mas grande de Ghana, por solo 35 dólares, los reporteros de la University of British Columbia pudieron adquirir 7 hard-drives usados, y con ellos informaciones sensibles sobre los anteriores propietarios -números de sus tarjetas de crédito e información sobre sus cuentas bancarias, entre otros canapés informativos. En particular, uno de los discos, propiedad de un empleado de Northrop Grumman –una empresa que ofrece servicios de seguridad al gobierno de Estados Unidos- detonó una verdadera caja de Pandora: desde sus entrañas brotaron centenares de contratos gubernamentales, muchos de ellos involucran al Pentágono, por cifras que suman más de 22 millones de dólares. El disco contenía también las instrucciones para mantener la seguridad de los datos, pero nada estaba encriptado.

Denuncia James Dury, quien trabaja en seguridad de datos para el FBI:

“Los contratos del gobierno deberían de ser confidenciales. Si yo descubro como el gobierno recluta la gente para los trabajos de seguridad, podría entonces entrenar una persona que encaje en ese modelo y meterlo adentro. Si yo tengo mi gente adentro, el gobierno pierde su seguridad.”

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Y por supuesto, como afirma Peter Klein –jefe del equipo de investigación- la policía del Ghana informa que distintas bandas criminales operan en el basurero (apodado Sodoma y Gomorra, entre los locales) rastreando el contenido en búsqueda de datos útiles y vendibles al mercado negro de la información.

Los únicos beneficiados de este desastre humano y ambiental (junto con los países ricos que se liberan de su tecno-basura) son las “mafias” locales, mientras la población en general y los trabajadores del vertedero sufren condiciones muy adversas:

“La vida esta muy difícil –declara el periodista Ghanense Mike Anane- ellos comen aquí, rodeados por desechos electrónicos. Básicamente están buscando ganarse la vida, pero uno se puede fácilmente imaginar las condiciones de salud implícitas en su vida diaria.”

En China (país pionero) el comercio de tecno-basura se ha vuelto un negocio millonario. La sureña ciudad de Guiyu, por ejemplo, conocida como “the dirty little secret of the hi-tech industry” ha sido literalmente construida alrededor del trash-business. Un escenario apocalíptico formado por millas y millas de nada mas que viejos componentes electrónicos.

El activista ambiental Jim Puckett afirma frente a este escenario:

“Las mujeres de aquí literalmente cocinan tarjetas y circuitos para extraer las pequeñas cantidades de oro que contienen. Están sentadas ahí, respirando el humo de la lata y de las soldaduras de plomo, es abrumador…”

Según la organización de Greenpeace, la regulación internacional ha prohibido la exportación de ciberdeshechos a los países en desarrollo, pero generalmente estas reglas son ignoradas. Esta práctica permanece como algo legal en Estados Unidos, y a pesar de que este país ha firmado la Convención de Basilea, creada en 1980 para contrarrestar los efectos de este tipo de basura tecnológica, los estadounidenses aún no han rectificado su compromiso.

En el primer mundo a nadie parece preocupar realmente esta futurista amenaza, una solución ecológica al problema implicaría gastos que las empresas no quieren enfrentar. Ojala no sea necesario esperar el llanto del primer niño hibrido hombre-maquina salir de algún basurero hi-tech de África o China, para que los gobiernos empiecen a tomar medidas para contener este desastre.

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Autor: Stefano Milano / Colaborador PS

steno.df@gmail.com

Blog del autor: delicatessenz

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